El desencanto de los ciudadanos ha provocado
una ruptura con la clase política. Fíjense que los denominamos clase política
por lo que han pasado de tres, grosso modo, a cuatro, y me refiero a la
división clásica de la sociedad en clases.
Entre los gestores de la cosa pública, en
demasiados casos, ya no hay un ápice de idealismo, han dejado de lado las
utopías, tan necesarias cuando menos como las religiones, y las han sustituido
por un pragmatismo que solo tiene un objetivo, mantenerlos en el poder. Las
conductas generadas como consecuencia de esa forma de estar en cargos públicos
les encaminan por el proceloso sendero que bordea el clientelismo y la
corrupción, en el que a tenor de lo visto es muy fácil caer.
Llegados aquí habrá quienes se escandalicen
y, con tono ofendido, dirán que no se puede generalizar. Qué quieren que les
diga, tendrán razón aunque no lo parezca.
Cuando se habla de los políticos es muy común
que alguien diga que son el reflejo de la sociedad, ahí se hace un silencio que
parece una rendición y aceptación de una verdad irrefutable. Pues miren, no.
Eso supondría un determinismo social inaceptable. La política, la vida en
sociedad, no se rige por ningún parámetro inmutable. No existe ningún hilo
invisible que justifique la insana conducta y comportamiento de demasiados
cargos públicos. Los políticos corruptos no son un producto social, son una
perversión de la política. Se convierten en corruptos cuando acceden a los
cargos públicos, antes no lo eran, o sí y no lo sabíamos, ya que no estaban
posicionados donde pudiesen enviciarse.
El libre albedrío que se nos supone a los
seres humanos nos permite elegir, en el caso de los políticos es bien fácil,
solo tienen que cumplir las leyes y realizar su trabajo que no es otro que
gestionar los recursos públicos. Quienes no son capaces de cumplir estos
sencillos principios no es por culpa mía, nuestra, es porque son unos chorizos
avariciosos incapaces de mantener sus sucias manos fuera de nuestro dinero, el
de todos.
No todo es llevárselo crudo, hay formas más
sutiles, pero no menos corruptas. Los momios - empleo este término a propósito
por lo inusual – son aprovechados con fines personales y están a la orden del
día. Piensen en los alcaldes, concejales… que utilizan vehículos municipales
para disfrute personal o los que organizan encuentros «políticos» con el fin de
disfrutar de unas mini vacaciones o aquellos que se dejan invitar a palcos de
grandes campos de fútbol con todos los gastos pagados. Eso es corrupción.
Los aforamientos contribuyen a que quienes
disfrutan de esa prebenda se sientan casi impunes, así se explica el rechazo
del PP a los cambios legales en los órganos judiciales más elevados. Una
legislación muy laxa con los políticos sustentada en jueces afines
ideológicamente y con comportamientos más políticos que de jueces, así como un
ejército de fieles en las administraciones hace de la corrupción política un
mal endémico en España. Hay quienes niegan esta última afirmación y dicen que
la corrupción no es un problema sistémico, será, pero lo parece. ¿Acaso el
franquismo no fue una dictadura corrupta a todos los niveles? Desde la llegada
de la democracia ¿cuántos casos hemos conocido? Desde las administraciones
locales a los más altos niveles de la administración conocemos infinidad de
casos de corrupción política. ¿Cuántos hemos visto de alcaldes y concejales que
se han «lucrado» del cargo?
He leído informes, en internet no tiene
ninguna dificultad encontrarlos, y así por ejemplo en una encuesta realizada en
toda la Unión Europea «https://europa.eu/eurobarometer/surveys/detail/2658»
dio como resultado que el 70 % de los participantes en ella dijeron que la
corrupción está muy extendida en sus respectivos países. Por lo que se refiere
a España nueve de cada diez encuestados creían que la corrupción está
generalizada. No se puede universalizar tanto, lo sé, es necesario matizar,
pero hay algo concluyente, sí una mayoría de los ciudadanos creen que es un
problema generalizado algo muy mal se está haciendo desde el ámbito político y
también desde el judicial al no difundir los datos de forma clara. A esta
percepción se une que en casos muy mediáticos vemos como muchos cargos
públicos, sobre todo los más relevantes, se van de rositas de los juzgados o
con penas que nos parecen irrisorias. No es bueno que exista esa apreciación.
Por lo que se refiere a la transparencia,
España no mejora. El Índice de Percepción de la Corrupción de 2023 -www.rtve.es/noticias/20240130/espana-lucha-ranking-indice-percepcion-corrupcion/15947030.shtml-
elaborado por la organización Transparencia Internacional, España obtiene una
puntuación de 60 sobre 100. El 0 significa «altamente corrupto» y 100 «muy
transparente». No debe engañarnos ese 60. Esa organización considera que la
corrupción en España sigue siendo un problema grave que debería preocupar a los
ciudadanos y a los poderes públicos.
No siendo la corrupción un problema
sistémico, repito, como dicen algunos, sí que es un problema muy serio y no es
suficiente con despotricar en las redes sociales. Los ciudadanos tenemos que
ser coherentes y consecuentes con lo que decimos y no dar el voto a aquellos
que estén pringados, en caso contrario seremos cómplices.
Miren, yo no gané ninguna medalla olímpica,
la ganaron los deportistas españoles que estuvieron en París. No gané ningún
mundial de fútbol. Nunca me adjudico ningún «triunfo» en el que no haya
participado y es por ello que no acepto que me digan que los políticos son
reflejo de lo que yo soy como integrante de la sociedad. Con argumentos como
ese se diluyen las responsabilidades que tienen nombre y apellidos y no son los
nuestros.
Los políticos corruptos son reflejo de si
mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario