Nos han inoculado el miedo. No es
una novedad, ya lo sé.
Desde nuestra infancia con esos ¡cuidado que te vas a caer! – no tienen
nada que ver con estos otros – no paramos de convertirnos en seres asustadizos.
Y no es que nos amilanen ahora más que antes. Nada de eso. Ahora es por más
medios y a lo salvaje. Lo más cojonudo de todo es que nos quieren convencer de
que lo hacen por nuestro bien.
Restringen nuestras libertades
para protegernos de males exteriores, o interiores, lo último es el de los
yihadistas. Lo del miedo a los chorizos de toda la vida no motiva al personal.
Lo aceptamos por bueno. Nunca se
sabe donde pueden atentar, mira tú, ¿y sí se les ocurre hacerlo en nuestro
barrio? Igual me toca a mí.
Para evitar eso, no hay nada como
un estado policial.
¡Ah! pero no esperemos que con
eso sea suficiente. Ya se les ocurrirán más medios de control y de protección.
Hoy la seguridad privada es un negocio en crecimiento. Y no exagero.
De momento nuestras fábricas de
armamento siguen produciendo a buen ritmo. Ya saben, lo hacen por nuestro bien
y en nuestra defensa.
En nuestro país, como en otros
muchos, el ministro de Defensa fue directivo de empresas armamentísticas
(Instalaza SA, fabricante de bombas de racimo y de MBDA, que diseña, fabrica y
vende misiles). A ellas volverá y si no al tiempo.
La iglesia católica es la mayor
fábrica de miedo del mundo. Nos hablan de la eternidad en su infierno. Nos
maldicen por disfrutar de lo bueno de la vida. Tenemos suerte, antes los
mataban. Si leemos la Biblia, el Antiguo Testamento acojona, el Apocalipsis te
produce terrores nocturnos de por vida.
Las aseguradoras no dejan de
meternos canguelo para que nos hagamos pólizas de todo tipo, incluido un seguro
de vida. Carajo, ese seguro lo cobran nuestros herederos cuando palmamos.
Las farmacéuticas no necesitan
molestarse mucho. Realizan dos o tres informes sobre no sé que enfermedad y en
cuatro días se ponen a vender como locos. En caso de que las ventas estén un
poco alicaídas, declaran una gripe aviar y todos los gobiernos a comprar
toneladas de vacunas. Las cuales después hay que destruir tras comprobar la
poca envergadura de la epidemia.
El miedo a la enfermedad y la
vejez deja pingües beneficios.
El desempleo, o el temor a perder
el empleo, genera desasosiego. El dejar a los nuestros en busca de un Dorado produce desazón.
Y es que esto del miedo atenaza a
las personas. Nos impide pensar con lucidez y hace de nuestra vida una mierda.
No creo que haya que ir por la calle de héroes pero tampoco de acojonados.
Cada vez que encendemos la
televisión aparece el miedo. Las páginas de los periódicos están plagadas de
sobresaltos. No se puede entrar en una iglesia a rezar de lo oscuras que están.
Miedo, miedo, miedo.
Los poderosos tienen en el temor
y la cobardía su gran aliado.
El mejor remedio para el miedo es
decir no. No te tengo miedo. No lo voy a hacer. No es así. No pienso igual que
tú. No lo creo. No me da la gana. No, no, no, no…
Vivir con miedo by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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