13 mar 2015

Tiempos que no se olvidan


No me siento viejo y, sin embargo, los recuerdos cada día están más presentes. Ya nadie asume los 70 años como signo de vejez. Eso me consuela.

Me topé con una fotografía que hacía años que no veía. En ella estamos mi madre, mi padre y yo. Es una comida en un prao.

El mantel de cuadros – podrían ser rojos y blancos -  con un ribete. La fiambrera de dos compartimentos: el de abajo más amplio para dar cabida a guisos o carnes; el de arriba incorporaba tres platos – creo recordar -  y el superior servía para llevar la tortilla de patata. La tapa se utilizaba también como plato. Era de aluminio, muy ligera. Su compra era un orgullo y conllevaba todo tipo de alabanzas sobre sus virtudes.
La escena se completa con unos vasos - de plástico casi seguro – y dos botellas de sidra. El niño - ósea yo - no bebía,  mis padres apenas.

Mi madre sentada, con la falda bien estirada, y comiendo con tenedor. Mi padre recostado, apoyado sobre un codo y dando cuenta de la tajada con las manos. Yo, sentado, con la zanca en ristre, como no podía ser de otra forma. Lo llamativo de la escena, tan corriente por otro lado, es que estamos comiendo pollo y eso era ¡todo un lujo!

Estábamos en una fiesta – la sitúo en Abuli (Oviedo) -.

Al fondo de la fotografía se ven los pies de otras personas. Una mano acaricia a un niño. Se aprecian otros comensales y uno, tal vez una persona mayor, dispone de una silla. Los papeles por el suelo nos indican que nunca fuimos muy limpios en los espacios públicos.

La miro, la remiro y sonrío. ¿Qué demonios pasaría para estar comiendo pollo?

La foto es de mediados de la década del 60 - ¡del pasado siglo! -. Años duros - no para mí, desde luego -.
Mi padre, como todos los padres en esos años, trabajaban a destajo. Se deslomaban doce, catorce horas diarias, incluidos los sábados y muchas mañanas de los domingos. Eran los años del inicio del desarrollismo salvaje. El Opus Dei se había hecho con las riendas del país y el dictador estaba encantado con sus cacerías, su pesca e inauguraciones.

Las mujeres se dedicaban a las labores del hogar, mi madre entre ellas, desde luego.

Jornadas laborales inacabables, salarios de miseria, penuria, una iglesia católica asfixiante, una dictadura cruel y represora como pocas, una oligarquía terrateniente todo poderosa, unos nuevos ricos avariciosos y despiadados.

Esos son mis recuerdos de aquellos tiempos que no olvido.

Nuestra sociedad, con poca memoria, basada en el individualismo ha olvidado esos recuerdos colectivos. Vistas fotografías como esta, con la perspectiva del tiempo, pueden inducirnos a contemplarlas con nostalgia e incluso con benevolencia. Craso error. La amnesia histórica – provocada de forma intencionada – conduce al sometimiento ciudadano.

Aquellos malditos años me vienen a la cabeza cada día al asomarme a los medios de comunicación: explotación de los trabajadores, pocos derechos laborales y sociales, estrecheces, personas que pierden todas sus posesiones, niños con hambre, emigración, sanidad y educación cada vez más caras.

Tras esa fotografía hay dos personas, mis padres, que como otros cientos de miles, abandonaron su lugar de nacimiento obligados por el hambre. Hemos retrocedido más de cuarenta años. ¡Qué infinita tristeza!

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Tiempos que no se olvidan by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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