16 ene 2017

Por último el corazón ¿una distopía?

Y entonces todo se fue a tomar viento. Dio la sensación de que ocurría de la noche a la mañana. No sólo en su vida personal: todo el castillo de naipes, el sistema entero se hizo pedazos, miles de millones de dólares desaparecieron de los libros de contabilidad como el vaho de una ventana. Por la tele, salieron una multitud de expertos de poca monta, intentando explicar cómo había ocurrido –demografía, pérdida de confianza, gigantescos sistemas de venta piramidal-, pero sólo eran un montón de conjeturas baratas. Alguien había mentido, alguien había engañado, alguien había especulado en bolsa con operaciones bajistas, alguien había inflado las divisas. Faltaba trabajo, sobraba gente…

Este párrafo es de… - lo voy a decir - rabiosa actualidad. No será el único. Realidad, ficción y humor absurdo se entremezclan para configurar una distopía no tan descabellada en muchos aspectos.

Estoy seguro que les suena esta “copla”. No está sacado de un libro de economía, tampoco de una noticia de prensa, lo pueden leer en la novela Por último el corazón de Margaret Atwood.

La historia te remite a muchas similitudes con nuestra realidad pero Margaret Atwood lo envuelve de un ambiente y tiempo indeterminado que se concreta en el Proyecto Positrón, un experimento social de carácter fascistoide.

Propósitos tan nobles siempre tienen sus detractores: “Esos entrometidos que se hacen llamar periodistas intentan minar los cimientos de esa nueva prosperidad y debilitar las confianza, esa confianza sin la que ninguna sociedad puede funcionar de manera equilibrada”.
Me temo que la señora Atwood no conoce a algunos periodistas españoles, aunque tiene buenos ejemplos en el país vecino al suyo. La autora es canadiense.

Hay personas que se empeña en cosas peligrosas, “son inadaptados sociales que actúan en interés de eso que llaman libertad de prensa, y para restablecer los llamados derechos humanos, y bajo el pretexto de que la transparencia es una virtud y que la gente necesita saber. Pero… ¿acaso tener trabajo no es un derecho humano?

Este argumento, tan manido por la derecha y esos que se dicen liberales, sirve de justificación para cometer todo tipo de tropelías, recortar libertades, derechos y salarios.

Se han restablecido las ideas de que hay que anteponer la seguridad a la libertad, el trabajo a los derechos laborales, la nación a la internalización, el yo al nosotros, el nosotros a ellos y así nos va.
La culpa no es nuestra, desde luego. Ya saben, la vida es así no la he inventado yo. No podemos hacer nada. Es lo que hay.

Lo han conseguido: ya estamos domados.

“Deudas, horarios, la necesidad de dinero, el anhelo de comodidades; la melodía pegadiza del sexo, repitiéndose una y otra vez como un bucle neuronal. Ha sido la marioneta de sus propios deseos reprimidos”.

Tal vez Margaret Atwood tenga algo de razón ¿verdad? y “No debería haberse dejado enjaular allí, apartado de la libertad por un muro. Pero ¿qué significa ya la libertad? ¿Y quién lo ha enjaulado, quién ha levantado ese muro? Lo ha hecho él solo. Con tantas decisiones pequeñas…La reducción de sí mismo a una serie de datos numéricos en manos de otros, controlados por otros. Tendría que haber abandonado las ciudades desintegradas, huido de la vida encorsetada que llevaba. Tendría que haber salido de la red electrónica, haber tirado todas las contraseñas, haber deambulado por la tierra como un lobo famélico, aullándole a la luna”.

Si han llegado hasta aquí, les diré que me gustó el libro y que se lo recomiendo.

No se vayan a creer que es pesado. La crítica social no es una carga política – por favor, lo que acabo de escribir – que aburra. El humor, las situaciones absurdas - lo cual no significa irreales – lo hacen entretenido. Es una historia bien contada con mucho jugo si les apetece sacárselo.

¡Ah! hay historias de amor y también sexo sin ganas, con ganas, de prueba y con amor.

Para más información, léanlo. Disponible en bibliotecas públicas y librerías.

El mundo se abre ante vosotros, podéis escoger vuestra mansión de reposo”.

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