Sin mucho esfuerzo se puede
comprobar que las personas que cortan el bacalao hoy en España pertenecen a las
mismas familias que lo hacían hace doscientos, trescientos años. Los avatares políticos, las guerras
fratricidas nunca los bajaron del machito. Ahí siguen. Es cierto que en los
últimos años se han sumado “nuevos ricos” pero esos son los menos. Pues de una
familia con poder, catalana por más señas, es de lo que trata Los treinta apellidos de Benjamín Prado.
Las grandes fortunas no se amasan
sin dejar muertos tras de sí. Y me refiero a esa riqueza que no podemos ni
imaginar la mayoría de los mortales. A esa riqueza, a esos ricos, que ponen y
quitan gobiernos. A esa riqueza, a esos ricos, que hacen las leyes. A esa
riqueza, esos ricos, que hacen que todos paguemos los desaguisados de sus
bancos.
Los doscientos españoles más
ricos – familias en la mitad de los casos -, suman 247.050 millones de euros en
2018, según informaciones periodísticas de acceso en Internet.
Juan Urbano, profesor de
literatura, escritor de biografías por encargo para satisfacer egos y casi
detective se ve metido en un buen lío cuando acepta un encargo para desempolvar
el pasado de una familia con los apellidos Maristany, Espriu y Quiroga. Una
familia “que lo mismo podría decirse de sus convicciones políticas y su lucha
por el nacionalismo, porque financiar un diario como La Renaixensa, apoyar organizaciones del tipo de la Lliga de
Catalunya o patrocinar a otras dedicadas a recaudar fondos para la causa no era
sólo, ni siquiera básicamente, movimientos financieros”.
Gran parte de la trama se
desarrolla en Cuba y Prado nos da un buen repaso histórico sobre la isla así
como la política colonizadora. Y en toda esa información destaca el negocio de
esclavos. No es muy conocido pero muchos prohombres del solar patrio, incluida Cataluña,
se hicieron asquerosamente ricos con la trata de personas.
Benjamín Prado se curró la
documentación. Nos ofrece una interesante interpretación sobre “la Historia
[que] es la ciencia de defraudar a quienes luchan por cambiarla. La gente se
deja la sangre en las banderas y envuelve con ellas a unos ídolos que nueve de
cada diez veces las utilizan como disfraz, las hacen jirones y los usan como
mordazas”.
No solo nos ofrece una visión de
lo sucedido en el siglo XIX, la Cuba de hoy no sale muy bien parada, mejor
dicho, los castristas no salen muy airosos.
Quien tenga curiosidad puede
ampliar sus conocimientos históricos en base a los datos que nos ofrece Prado.
Por ejemplo: “Cuando murió Fernando VII, en 1833, ya sólo se conservaban Cuba y
Filipinas, España estaba en quiebra y, eso sí, él tenía quinientos millones de
reales depositados en el Banco de Londres”.
Esto me recuerda… ¿a quién me recuerda? Hay costumbres que se perpetúan
en las familias.
Las indagaciones de Juan Urbano
le llevarán también a África. Ya sabemos que el mundo es “la famosa aldea
global, cómo no… Un invento del filósofo Marshall Mcluhan que para lo único que
ha servido es para crear sociedades que se conforman con el grado más bajo del
saber, que es el estar enterado”.
Historia, fortunas bañadas en
sangre, corrupción, explotación, desengaños y algo de honradez son los
ingredientes de Los treinta apellidos.
Pasado y presente se entremezclan. Un libro que entretiene y aporta mucha
información.
Ah, una aclaración: la localidad
asturiana de Villaviciosa no pertenece a Gijón. De la cubierta no voy a decir
nada.
Ni puñetero caso, no me crean:
léanlo. Lo podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.
Los treinta apellidos que cortan el bacalao by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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