El tiempo produce tantos estragos
que acaba con nosotros. Y no lo hace de forma rápida. Se recrea. Nos va
quitando con lentitud, sin prisa pero sin pausa, aquello que más nos importa:
nuestro cuerpo. Sin olvidarnos del sexo. Follar se convierte en un recuerdo y
cuando te das cuenta estás diciendo: “Morirse no está tan mal. Deberías
intentarlo alguna vez”.
Waldo está bastante enfadado con
su lamentable estado y la mala leche le rezuma. No lleva nada bien eso de la
decrepitud. Es el narrador-protagonista en Nada de nada, novela de Hanif Kureishi, traducida por Mauricio
Bach.
El protagonista pasó de ser un cineasta
reconocido y famoso a un viejo ajado y achacoso que se mueve en silla de
ruedas. Y a pesar de todo: “Durante los
últimos diez años me he ido deteriorando y me he debilitado. La cocaína me ha
dejado el corazón machacado. Me han practicado una angioplastia. Y también
padezco la mayoría de las enfermedades: diabetes, cáncer de próstata, una
úlcera, una incipiente esclerosis múltiple, estreñimiento, diarrea, y solo
tengo una cadera en condiciones, toso, tengo fobias, adicciones, obsesiones y
soy hipocondríaco. Por lo demás, estoy en forma”. Ven, todo perfecto.
Es un tipo ecuánime: “La
inteligencia y el esfuerzo no compensan la fealdad”. Por favor, no crean que es
un tipo despiadado: “Lloro con la misma facilidad con que otros eyaculan. Eso
causa buena impresión”. Tiene su corazoncito.
Zee es "su" mujer, liada
ante sus narices con Eddie, crítico de cine: “Una noche, ya viejo, achacoso,
sin una gota de semen y con ningunas ganas de que las cosas vayan a peor,
vuelvo a oír esos ruidos”. Y así empieza la historia.
Eddie es amigo de Waldo. Un amigo
con fuertes convicciones, así al menos nos lo cuenta el protagonista: “Dice que
hemos creado un mundo de millonarios y pobres. Sentencia que el dinero es el
demonio y que la élite financiera utiliza la deuda para controlar a la
población. El canibalismo del capitalismo, la vacuidad de la democracia y la
alienación, la mercantilización y estupidez del hiperneoliberalismo; el virus
del dinero y el modo en que los pobres se rompen las pelotas para salvar a la
clase financiera. Me explica todo esto por mi bien”. Y por el nuestro, y por el
nuestro. Por esta razón el comprometido Eddie anda pegando sablazos a todo
aquel que puede. Vamos, que es un gorrón de cuidado. Tiene que ser consecuente.
Aunque el propio Waldo tiene su
idea sobre la marcha de la sociedad: “Políticos, artistas y abogados, la gente
más respetable llena las prisiones”.
Ahora que lo pienso ¿a qué me
recuerda todo esto? ¡Bah! a nada, esto es ficción.
Según iba avanzado en la lectura
el bueno de Waldo cada vez me caía mejor, es un hombre simpático: “Sé que no me
conviene reírme. Podría cagarme encima o sufrir un ataque al corazón”. Seguro
que a ustedes les pasa lo mismo.
Pero cuando le tocan lo
suyo, muerde. Y en este caso lo “suyo” es Zee. Utilizará todos los medios para
romper la relación entre los dos amantes. Eddie tiene dotes de actor y camela a
Zee, y a casi todas las que se le ponen por delante. El viejo zorro aún guarda
muchas artimañas. La buena de Zee no es lo que parece, tiene sus secretillos.
¡Joder con ella! Ya me pasé contando. Tienen que leerlo.
En resumen, la novela va de la
vejez, el cine, la fama, la enfermedad y el sexo. También hay cariño. Y humor.
Y sarcasmo. Y crítica social. Y amistad. Joder, vaya cantidad de cosas.
Leyéndolo se enterarán. Es una novela cortita, 179 páginas de “letra gorda”.
Me gustó.
Lo podrán encontrar en su
biblioteca pública o librería preferida.
Decrepitud en Nada de nada by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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