Ciencia es aquello que puede ser
verificado tras ser investigado y contrastado vía experimentos. Dicho a lo
bruto. Lo que no puede ser demostrado se llamará fe o pseudociencia, que es lo
mismo que decir mentira científica.
El protagonista de Memorias de un magnetizador es Dimas
Pons, quien además ejerce de narrador. Antes de que se me olvide, su autor es
Jorge Ordaz.
La historia se desarrolla entre
Puerto Rico, Barcelona, París, Baltimore, lugares que recorre el magnetizador,
que no es otro que Dimas Pons, para profundizar en su saber. Y esos saberes,
pues son más de uno, se centran principalmente en la frenología y el magnetismo
animal, dos pseudociencias. Desde finales del siglo XVIII y hasta la mitad del
XIX, aproximadamente, tuvieron cierta reputación.
La frenología se popularizó
gracias al médico Franz Gall. Los frenólogos creían que la forma del cráneo
proporcionaba información sobre facultades y rasgos mentales. Desde Edimburgo,
núcleo de la frenología y donde se fundó la primera sociedad, se extendió por
Europa. No todo fue un camino de rosas para esta patraña. En 1784 el rey Luis
XVI creó la llamada Comisión Real Francesa, integrada por médicos y científicos
de primer nivel como Benjamin Franklin o Lavosisier, entre otros, que
manifestaron que era un cuento, que de ciencia nada de nada. Hacia 1840 la
frenología estaba desacreditada en Europa por los científicos y se propagó por
América y África.
El magnetismo animal o mesmerismo
afirmaba que había una energía invisible que se movía entre los seres vivos. Su
máximo propagandista, y del que toma el nombre, fue Franz Anton Mesmer
(1733-1815), otro médico. Tal vez su incompetencia como médicos o quien sabe sí
la falta de conocimientos científicos para sanar les condujo por esos
derroteros.
Nuestro magnetizador no tenía
oficio ni beneficio. En Puerto Rico anduvo dando tumbos y no encontró acomodo.
Don Atanasio, que ejercía de tutor, le saca las castañas del fuego y hace
posible su periplo europeo. Y es que Dimas Pons era un culo inquieto.
Tras el intenso aprendizaje en
Europa, se trasladará a Estados Unidos. Tuvo tiempo para la diversión, los
escarceos amorosos y establecer contacto con socialistas utópicos, icarianos, a
los cuales ve con cariño y aprecia.
Parece que su historia personal
corre paralela a los de su “ciencia”. En Baltimore se pone manos a la faena
para ganarse la vida como magnetizador y allí conoce a Livie, que tendrá gran
protagonismo en su vida.
Por su consulta pasarán
matrimonios con problemas de cama, casi se especializa en ello, pero también
gente rara que habla con extraterrestres y ángeles. Fauna variopinta. Las cosas
cambiarán cuando don Atanasio vuelva a cruzarse en su vida y al final… Vale,
hasta aquí.
La novela contiene bastantes
menciones de personajes que existieron, no sé si todos pero unos cuantos sí, lo
comprobé. Hace referencia a un mundo bastante desconocido en la actualidad y
Jorge Ordaz nos lo describe de un modo ameno. Por haber hay hasta vudú. Tengo
que reconocer que unas cuantas veces tuve que recurrir al diccionario para
comprobar términos que desconocía.
Me gustó. Tiene su
coña. La historia te va envolviendo y quieres ver hasta donde da de sí. Les
recomiendo Memorias de un magnetizador.
En su biblioteca pública o librería preferida lo podrán encontrar.
Vida y milagros de un magnetizador by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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