6 nov 2020

Una socialdemocracia desorientada y torpe

  La socialdemocracia lleva años perdida y deambula, embozada, por la senda liberal. Con ese intento de camuflaje solo ha logrado desdibujarse, perder credibilidad y votos. No pretendo que rompa, de hoy para mañana, con un sistema que se muestra ineficaz para reducir las desigualdades y hacer de este mundo algo mejor. 
  Si no mantenemos esas utopías ¿para qué sirve la política? 
  Vivimos en una sociedad de mercado en la que los conspicuos dirigentes económicos, secundados por políticos prefabricados a su medida, aspiran a abolir cualquier tipo de control o regulación que mantenga a raya su voracidad y ansia por los beneficios desproporcionados. 
  Hubo un tiempo en que la socialdemocracia introdujo elementos correctores en los desmanes del capitalismo, aquellos tiempos ya pasaron. La globalización, la “industria” financiera y la liberalización extrema de los mercados la dejaron noqueada y ahí sigue, sonada, sin saber como actuar. 
  Siguen empecinados en proponer medidas liberales para solucionar los problemas que el liberalismo genera. Craso error. Llevamos tres décadas, al menos, viendo como la situación se deteriora pero no se plantean modificar el sistema. Y no hablo de revoluciones o paraísos comunistas, que no existen, como tampoco existen de ningún otro tipo. 
  No puedo negar que hay diferencias entre las políticas de derechas y las socialdemócratas, pero las distancias se han acortado tanto que en demasiadas cuestiones no se diferencian. 
  El resurgimiento de los partidos de extrema derecha y su acceso a los órganos de poder muestra, sin paliativos, el desapego ciudadano con los partidos situados a la izquierda. 
  A la izquierda se le había adjudicado, despectivamente, el calificativo de idealistas, hoy es la extrema derecha la que construye un relato con el que vapulea al sistema democrático al tiempo que ofrece el advenimiento de un walhalla que ellos gobernarán con injusticia y mano dura. Los neofascistas cuentan con el apoyo de una parte de la clase alta, pero también de los más desfavorecidos de la sociedad. Nada nuevo. El fascismo y el nazismo tuvieron esos mismos apoyos. 
  La socialdemocracia no ha sabido retener a una parte muy importante de las clases baja y media. Su vano intento de obtener apoyos en el centro derecha, con políticas liberales, les hizo perder los que creía seguros y sobre los que se sustentó históricamente. Si a esa deriva le sumamos la derrota hacia postulados nacionalistas llegamos a la situación actual. 
  Así y todo, son muchos los que piden que sigamos apoyando a esa edulcorada socialdemocracia. Su argumento de peso es que la alternativa será peor, máxime en las circunstancias que padecemos en estos momentos. Ese mismo discurso lo vengo escuchando desde la Transición, que siendo cierto, así lo creo, es decepcionante ya que eso no ha supuesto una actualización de los postulados de los partidos socialistas europeos. 
  Pero si el desconcierto que arrastran los socialdemócratas no fuera suficiente, tienen unos dirigentes muy flojitos, con poco sentido de servicio público, obsesionados por las encuestas y las redes sociales.   Aquella idea del bien común ha quedado relegada en un rincón que desempolvan en las campañas electorales, pero que no se refleja en la legislación. 
  La pandemia está mostrando las carencias, las debilidades y contradicciones en que está sumergida la izquierda. Y lo hace en unos momentos en los que la coherencia, la resolución, los principios tendrían que estar dirigiendo sus actos. Me da dolor de corazón.  
  Dicho esto, quiero dejar muy claro que la derecha, sobre todo en España, es lo que siempre fue: clasista, egoísta, intransigente, despótica y poco democrática. La extrema derecha me da miedo. 
  Hay suficientes motivos en el mundo para que la socialdemocracia se acomode a la realidad, elabore su mensaje de forma clara y piense y actúe con criterios internacionales en los que la justicia y la equidad sea un objetivo a perseguir con obstinada integridad. 
  Lo sé, soy un ingenuo.

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