Siguen ahí. No puedo meterlos debajo de la
alfombra. No quiero deshacerme de ellos. No puedo prescindir de ellos. Su recuerdo me persigue. Esos muertos pesan,
algunos demasiado.
Habrá quienes lo consideren absurdo, no sé…
hasta ñoño, pues me da igual, es real. Hay momentos, situaciones, que se
manifiestan no en forma de ectoplasma si no de reminiscencia vívida. Surgen en
mí sentimientos de culpabilidad. Tendría que… si hubiera… Nada importa ya. No
hay arrepentimiento, no es posible. El mal causado se perpetuará mientras viva
y la demencia senil no se los lleve por delante y a mí con ellos.
¿Qué hago con mis muertos? Me pertenecen. Son
míos. Comparto, en secreto, esos muertos con sus familiares. Les usurpé un
trocito de aquellos con los que compartí momentos de vida. Continuo mi
deambular y los rememoro. Evoco su muerte como una pérdida personal.
Su camino no fue un desfile glorioso. Nadie
les susurró al oído Respice post te! Hominem te esse memento! No
pasaron, ni pasarán, a la Historia. Tampoco les hizo falta. Les nacieron, nos
encontramos, se fueron sin despedirse y no nos volveremos a encontrar. Y, sin
embargo, puedo saber lo que pensaban sobre un montón de cosas. Días de
alegrías, de tristeza, silencios sospechosos, permanecen inalterables, atrapados
en el tiempo.
¿Qué hago con esos muertos? ¿Los vuelvo a
matar? ¿Qué quedará de ellos entonces? No sé, no importa. Aquí estoy para
cargar con algunos de sus recuerdos. No es una cruz. No es una carga. No sé lo
que es. ¿Y de mí? ¿Qué será de mí? A nadie le interesa, a mi tampoco. Tierra,
humo, polvo, sombra, nada.
Cada año el puñetero Facebook me recuerda su
cumpleaños, un año más que ninguno cumplirá. Viven en la nube y en mi memoria.
Algún día solo pervivirán en la nube y serán seres anónimos, lo más parecido a
unos ángeles. ¿Nos reconoceremos? Va a ser que no.
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
En tierra, en humo, en
polvo, en sombra, en nada.
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