18 mar 2022

Besos en los que hay poco amor  


 

 

  Dicen que Los Besos de Manuel Vilas es una novela de amor romántico e idealizado, pues será.  Ya saben, cada uno interpreta sus lecturas a su modo y manera.
 Salvador, el protagonista, es un profesor jubilado de 58 años. Se retira a la sierra madrileña en el momento en que comienza el confinamiento por la COVID-19. Lo jubilaron por desgaste psicológico y leve deterioro de la memoria. En ese retiro conoció a Monserrat, quince años menor que él, con la que mantendrá una relación.
  Los besos tienen su sitio, las relaciones sexuales también, pero la historia no va sólo por ahí. Es más, lo que siente Salvador ni siquiera me parece amor. Los Besos tiene bastante de pandemia, otro tanto de política y mucho de egocentrismo.
  Dos personas se conocen en una situación muy especial y nunca conocida por nosotros, la pandemia, pero también ambos pasan por unos momentos delicados en lo personal.
  Salvador, que nunca se casó ni convivió con nadie, conquista a la primera de cambio a una mujer más joven y muy hermosa. Sí, ya sé que el no haber tenido una relación estable no significa nada, pero resultan curiosa su capacidad de atracción.
  En todo momento tuve la sensación de que Los Besos gira en torno a Salvador y cómo entiende él la vida, el amor y las relaciones. Montserrat es un personaje necesario con el que el protagonista se justifica. Esta impresión se acentuó al estar narrada la historia en primera persona.
  Salvador se llevó a su retiro dos libros, la Biblia y El Quijote. Está obsesionado con este último y con uno de sus personajes, Altisidora, nombre con el que «bautiza» a Montserrat. Considera que El Quijote es una novela de amor a una mujer. Interpretación reduccionista a más no poder. Él, Salvador, tiene una concepción del amor un poco extraña en tanto que tiene la necesidad de cambiar el nombre de su «amada», Monserrat, por el ficticio de Altisidora. ¿Deposita en alguien real cualidades imaginadas? Quién sabe, podría interpretarse así.
  La vida de Montserrat, divorciada y con hijo al que no permiten ver, es compleja y acepta con cierto servilismo lo que le plantea Salvador. Es una mujer obsesionada con su hijo hasta el punto de decir: «El día en que mi hijo descubra lo que su padre y mi ex marido le hizo al prohibirme ejercer de madre, al ocultar el amor de su madre, al despreciarme, el día en que mi hijo descubra quién es su padre, sufrirá, y espero estar a su lado ese día para defender a su padre, para defender la mentira» (pág. 325).
  La pandemia está muy presente. Las opiniones de Salvador me resultaron cercanas al negacionismo en más de una ocasión y a los «folloneros». Veamos algún ejemplo: «El virus trae la muerte presente, pero la inactividad económica traerá la muerte futura, y este es el gran debate que no se verbaliza, porque políticamente es destructivo» (pág. 196. ¿Les suena? Otro más: «Altisidora dice que no deberíamos emplear la palabra confinamiento, porque ya llevamos casi dos meses así, que la palabra confinamiento debería ceder el paso a la palabra reclusión o encarcelamiento o encierro» (pág. 204) Aquí tenemos otro argumento empleado por la derecha extrema y la extrema derecha. Una última referencia que no puede dejar de referir: «Solo que yo uso todos los días la misma mascarilla. No la renuevo. ¿Para qué? Si en lo más profundo de mi alma está escrito que el virus no puede atacarme, lo sé, no puede hacer nada contra mí. ¿A qué se debe esa certeza? A que estoy enamorado…» (pág. 253). Las opiniones del personaje están muy en la línea de los Trump del mundo.
  Este triste personaje tiene otra obsesión, una más: la libertad, pero entiende esta al modo «ayusiano»: «siéntete libre, la vida no puede tener precio, no pierdas el tiempo en tanto trámite, tanta burocracia te va a matar, no pierdas el tiempo en pagar [bueno esto no es muy «ayusiano»]…» (pág. 199). Siguiendo esa premisa se dedica a robar en un supermercado.
  Volviendo al tema del amor, mejor dicho del desamor, no, ni siquiera eso, volviendo al no amor dice algo tan romántico cómo esto: «Dos adultos enamorados sí, pero no engañados. Es decir, dos adultos sabedores de que llegará la decepción; dos adultos esperando la decepción sentados, mientras toman un café y el sol de mediodía ilumina sus rostros; dos adultos que han pactado acertadamente con la vida» (pág. 212). Estoy conmovido. En fin.
  La política está muy presente. Ejemplo va: «…mi Altisidora es el único refugio contra el mal político, contra el Estado, contra la alineación, contra las multas de la policía, contra todas las multas, contra tanta mierda que brilla en todas partes. Contra la historia, contra las leyes, contra el dinero, contra el poder, contra los fusilamientos. Se puede fusilar poco a poco a un ser humano, lentamente, ahora fusilan así, con una lentitud que dura treinta años. Antes fusilaba el Estado a sus enemigos en tres segundas, ahora en treinta años» (pág. 156). Montserrat/Altisidora es el comodín que le sirve para todo.
  Me resultó un personaje irritante, fuera de bolos y bastante pasado. Un profesor con una forma de pensar, tal vez por la enfermedad, que me resultó poco riguroso en sus análisis de la pandemia y la política y con un concepto del  amor… no, para nada, eso no me pareció amor ni por el forro. No me extraño que fuera así. Cuando nos contó que no tomaba la medicación se explicaron muchas cosas, aunque me queda la duda si ya era sí y la cosa se exacerbó. También me queda la duda de la identificación personal de Manuel Vilas con el personaje, lo digo ya que es un autor dado a escribir sobre cuestiones autobiográficas.
  Es un libro escrito en plena pandemia y tal vez eso influyó en el resultado. ¡Yo qué sé!
  Por cierto,  cada día estoy más convencido de que muchos de los que realizan reseñas de libros en los periódicos sólo se leen algunos.
 Los besos es una novela… bueno, léanla y formarán su opinión. 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario