Dicen que Los Besos de Manuel Vilas es una novela de amor romántico e idealizado,
pues será. Ya saben, cada uno interpreta
sus lecturas a su modo y manera.
Salvador, el protagonista, es un
profesor jubilado de 58 años. Se retira a la sierra madrileña en el momento en
que comienza el confinamiento por la COVID-19. Lo jubilaron por desgaste
psicológico y leve deterioro de la memoria. En ese retiro conoció a Monserrat,
quince años menor que él, con la que mantendrá una relación.
Los besos tienen su sitio, las
relaciones sexuales también, pero la historia no va sólo por ahí. Es más, lo
que siente Salvador ni siquiera me parece amor. Los Besos tiene bastante de pandemia, otro tanto de política y
mucho de egocentrismo.
Dos personas se conocen en una
situación muy especial y nunca conocida por nosotros, la pandemia, pero también
ambos pasan por unos momentos delicados en lo personal.
Salvador, que nunca se casó ni
convivió con nadie, conquista a la primera de cambio a una mujer más joven y
muy hermosa. Sí, ya sé que el no haber tenido una relación estable no significa
nada, pero resultan curiosa su capacidad de atracción.
En todo momento tuve la sensación
de que Los Besos gira en torno a Salvador
y cómo entiende él la vida, el amor y las relaciones. Montserrat es un
personaje necesario con el que el protagonista se justifica. Esta impresión se
acentuó al estar narrada la historia en primera persona.
Salvador se llevó a su retiro dos
libros, la Biblia y El Quijote. Está
obsesionado con este último y con uno de sus personajes, Altisidora, nombre con
el que «bautiza» a Montserrat. Considera que El Quijote es una novela de amor a una mujer. Interpretación reduccionista
a más no poder. Él, Salvador, tiene una concepción del amor un poco extraña en
tanto que tiene la necesidad de cambiar el nombre de su «amada», Monserrat, por
el ficticio de Altisidora. ¿Deposita en alguien real cualidades imaginadas?
Quién sabe, podría interpretarse así.
La vida de Montserrat, divorciada
y con hijo al que no permiten ver, es compleja y acepta con cierto servilismo
lo que le plantea Salvador. Es una mujer obsesionada con su hijo hasta el punto
de decir: «El día en que mi hijo descubra lo que su padre y mi ex marido le
hizo al prohibirme ejercer de madre, al ocultar el amor de su madre, al
despreciarme, el día en que mi hijo descubra quién es su padre, sufrirá, y
espero estar a su lado ese día para defender a su padre, para defender la
mentira» (pág. 325).
La pandemia está muy presente. Las
opiniones de Salvador me resultaron cercanas al negacionismo en más de una
ocasión y a los «folloneros». Veamos algún ejemplo: «El virus trae la muerte
presente, pero la inactividad económica traerá la muerte futura, y este es el
gran debate que no se verbaliza, porque políticamente es destructivo» (pág.
196. ¿Les suena? Otro más: «Altisidora dice que no deberíamos emplear la
palabra confinamiento, porque ya llevamos casi dos meses así, que la palabra
confinamiento debería ceder el paso a la palabra reclusión o encarcelamiento o
encierro» (pág. 204) Aquí tenemos otro argumento empleado por la derecha
extrema y la extrema derecha. Una última referencia que no puede dejar de referir:
«Solo que yo uso todos los días la misma mascarilla. No la renuevo. ¿Para qué?
Si en lo más profundo de mi alma está escrito que el virus no puede atacarme,
lo sé, no puede hacer nada contra mí. ¿A qué se debe esa certeza? A que estoy
enamorado…» (pág. 253). Las opiniones del personaje están muy en la línea de
los Trump del mundo.
Este triste personaje tiene otra
obsesión, una más: la libertad, pero entiende esta al modo «ayusiano»:
«siéntete libre, la vida no puede tener precio, no pierdas el tiempo en tanto
trámite, tanta burocracia te va a matar, no pierdas el tiempo en pagar [bueno
esto no es muy «ayusiano»]…» (pág. 199). Siguiendo esa premisa se dedica a
robar en un supermercado.
Volviendo al tema del amor, mejor
dicho del desamor, no, ni siquiera eso, volviendo al no amor dice algo tan
romántico cómo esto: «Dos adultos enamorados sí, pero no engañados. Es decir,
dos adultos sabedores de que llegará la decepción; dos adultos esperando la
decepción sentados, mientras toman un café y el sol de mediodía ilumina sus
rostros; dos adultos que han pactado acertadamente con la vida» (pág. 212).
Estoy conmovido. En fin.
La política está muy presente.
Ejemplo va: «…mi Altisidora es el único refugio contra el mal político, contra
el Estado, contra la alineación, contra las multas de la policía, contra todas
las multas, contra tanta mierda que brilla en todas partes. Contra la historia,
contra las leyes, contra el dinero, contra el poder, contra los fusilamientos.
Se puede fusilar poco a poco a un ser humano, lentamente, ahora fusilan así,
con una lentitud que dura treinta años. Antes fusilaba el Estado a sus enemigos
en tres segundas, ahora en treinta años» (pág. 156). Montserrat/Altisidora es
el comodín que le sirve para todo.
Me resultó un personaje
irritante, fuera de bolos y bastante pasado. Un profesor con una forma de
pensar, tal vez por la enfermedad, que me resultó poco riguroso en sus análisis
de la pandemia y la política y con un concepto del amor… no, para nada, eso no me pareció amor
ni por el forro. No me extraño que fuera así. Cuando nos contó que no tomaba la
medicación se explicaron muchas cosas, aunque me queda la duda si ya era sí y
la cosa se exacerbó. También me queda la duda de la identificación personal de
Manuel Vilas con el personaje, lo digo ya que es un autor dado a escribir sobre
cuestiones autobiográficas.
Es un libro escrito en plena
pandemia y tal vez eso influyó en el resultado. ¡Yo qué sé!
Por cierto, cada día estoy más convencido de que muchos de los que realizan reseñas de libros en los periódicos sólo se leen algunos.
Los besos es una novela… bueno, léanla y formarán su opinión.
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