Los países que han sido
gobernados por dictadores o autócratas, que son muchos, han conservado en su
seno un sector de población que añora aquellos tiempos. El paso del tiempo
borró las «inconveniencias» e idealizó aquel pasado. Ejemplos de casos extremos
los tenemos en Alemania y los nostálgicos del nazismo, en Rusia con Stalin o en
España con los franquistas.
Hasta hace unos años sus
seguidores, no diré fanatizados pero sí enfervorizados, estaban en un plano
secundario de la vida social y política. En el caso de España ese sector más
radicalizado, neofranquistas o claramente de extrema derecha, encontraron
acomodo en las filas del Partido Popular, principalmente, y ahí estaban
aletargados.
Con el acomodamiento de las
democracias los partidos socialdemócratas fueron perdiendo apoyos. La
globalización económica trajo consigo deslocalizaciones industriales. La falta
de controles en las entidades financieras hicieron que se desbocasen las
inversiones de especulativas en detrimento de las productivas. A esto se sumó
la creencia, impuesta mediáticamente, de que vivíamos en una sociedad perfecta
que sólo podía ir a mejor y no olvidemos
el fomento patológico del individualismo. Cuando estalló la virulenta y despiadada crisis del
2008 provocó un shock social.
La crisis financiera originada y
propagada por Estados Unidos arrasó el mundo, sobre todo el cómodo vivir de las
democracias liberales occidentales. En esos momentos se produjo un desgarro en
lo personal y aquella imagen idealizada por los ciudadanos de vivir en una
sociedad perfecta se vino abajo. De pronto nos dimos cuenta que éramos más
pobres de lo que nos habían hecho creer. Nos lo habíamos tragado sin apenas atisbos de
crítica.
Mientras la crisis iba destrozando
las familias, pequeñas empresas y negocios familiares, los partidos de
izquierda no supieron hacer propuestas ni acometer políticas que frenasen el
impacto económico que empobreció o directamente arruinó a tantos ciudadanos. Ni
siquiera fueron capaces de elaborar un discurso ilusionante.
En esa situación los populismos
de extrema izquierda y de extrema derecha obtuvieron su caldo de cultivo para
presentarse en sociedad, poco a poco, desde el rincón al que habían sido
relegados. Según pasaban los años y las soluciones no acababan de llegar más se
crecían. La extrema izquierda no
encontró su hueco. En España se coló la CUP, pero recluida al ámbito de
Cataluña. A pesar de lo que se argumente desde medios de la derecha española,
no considero que Unidas Podemos sea un partido de extrema izquierda. A su
actuación en el gobierno de coalición me remito. Ningún análisis serio los
incluye en la extrema izquierda.
Otra cosa bien distinta ocurrió
con la extrema derecha. Con esa mezcla de autoritarismo, neofascismo,
ultranacionalismo, iliberalismo e incluso anarcocapitalismo han sabido
rentabilizar la oportunidad.
En España esa tendencia, igual
que casi todas llegó con atraso, pero lo hizo para quedarse y en estos momentos
se encuentra en plena fase expansiva. No sabemos cual puede ser su techo.
Polonia, Hungría, Brasil o EEUU
son ejemplos de ese ascenso de la extrema derecha hasta acceder al gobierno vía
urnas. En países como Austria, Holanda o Noruega han obtenido una importante
representación.
No podemos olvidarnos de Putin, que ya venía comportándose cómo un auténtico dictador, que no dudó en eliminar
a sus adversarios y que ahora, con la invasión de Ucrania, demuestra ser un
genocida. Vladímir Putin mantiene buenas relaciones con todos esos partidos
extremistas que pululan por el mundo, tanto que hasta los financia.
Trump «dignificó» las políticas
ultras y sirvió de modelo para el resto de los países. Que promoviera un golpe
de estado civil no le ha supuesto desgaste alguno y de momento se plantea
volver a presentarse a las presidenciales.
En España los radicales perdieron
complejos e hicieron de su ideología ultranacionalista, xenófoba, homófona,
militarista y ultra liberal una bandera de la que se sienten orgullosos.
Las formas de actuar de la
extrema derecha es muy similar en todo el mundo. Cuentan con mucho dinero y con
el apoyo de apologetas que recorren el mundo proclamando su «buena nueva» y
transmitiendo las estrategias a seguir. El más conocido de estos adalides es
Steve Bannon, que visitó España en varias ocasiones para ilustrar a sus
alumnos. En el caso de Iberoamérica las sectas religiosas son las difusoras de
las ideas ultras.
Se han convertido en expertos en
el uso de las redes sociales y no dudan en emplear todos los medios a su
alcance para difundir su pensamiento al tiempo que denigran el sistema
democrático. El empleo de bulos es una de sus prácticas preferidas. Son
expertos en la desinformación e intoxicación mediática.
En España se vio a Vox,
inicialmente, como una curiosidad, una rareza que no iba a llegar a ningún
lado. Los medios de comunicación les abrieron sus puertas y la aprovecharon muy
bien. En poco tiempo se han convertido en un partido que ocupa un gran espacio
político. Andalucía, Murcia, Madrid y ahora Castilla y León confirman ese
avance. En el caso de Castilla y León han dado un paso adelante y se convierte
en el laboratorio donde experimentar sus políticas y ver las repercusiones que
tienen en la sociedad.
A escala nacional vienen
condicionando, en gran medida, el debate político nacional. El PP supedita su
discurso al que arguye Vox. Cada día es más difícil distinguir a la extrema derecha de la derecha
extrema, expresión esta que utilizo desde hace tiempo y que me parece que se
ajusta muy bien a la realidad.
Una parte relevante de los
seguidores de la extrema derecha se han convertido en hooligans. Resulta imposible razonar con ellos. Se creen en
posesión verdades absolutas. Niegan cuestiones verificadas por la economía, la
Historia, la medicina, la ciencia. Son negacionistas de todo y para todo. Sólo
hay una verdad: la suya. En los casos más extremos, que los hay, llegan a
renegar del propio Vox.
En algunas ocasiones leo las
opiniones que se dan en las redes sociales a temas varios y me producen una
inmensa desazón. Una de las últimas «curiosidades» con la que me tope fue la
siguiente: «la calificación de extrema derecha a nazismo, fascismo, o
falangismo. Todos aquellos movimientos, al igual que el comunismo, se
caracterizaban por ser anticapitalistas y perseguir el bienestar de la clase
trabajadora. ¿Desde cuando la derecha pasó a ser anticapitalista?». Una
distorsión de la Historia de este nivel no se puede contrarrestar con
doscientos ochenta caracteres. Además sería una pérdida de tiempo. En este caso
no ha insultado, que suele ser lo más frecuente. Esos hooligans apoyan sus argumentaciones en unas formas y lenguajes
muy agresivos.
Resulta muy complicado hacerles
frente en un periodo de crisis de todo tipo como el que estamos viviendo. La
extrema derecha ha introducido su relato en la sociedad, los gobiernos no han
sido capaces de articular políticas que solucionen los problemas de los
ciudadanos y al mismo tiempo, en el caso de España, el partido de la derecha le
introduce en los gobiernos autonómicos de forma directa o indirecta.
La extrema derecha está
dividiendo la sociedad española y están poniendo en tela de juicio aquellos
asuntos que pensábamos que estaban suficientemente consensuados por todos. Su
machacona insistencia, el descontento social y las mentiras están calando en
una sociedad con escasa capacidad crítica.
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