14 mar 2022

Oscuros nubarrones de intransigencia acechan a las democracias


 

  Los países que han sido gobernados por dictadores o autócratas, que son muchos, han conservado en su seno un sector de población que añora aquellos tiempos. El paso del tiempo borró las «inconveniencias» e idealizó aquel pasado. Ejemplos de casos extremos los tenemos en Alemania y los nostálgicos del nazismo, en Rusia con Stalin o en España con los franquistas.
  Hasta hace unos años sus seguidores, no diré fanatizados pero sí enfervorizados, estaban en un plano secundario de la vida social y política. En el caso de España ese sector más radicalizado, neofranquistas o claramente de extrema derecha, encontraron acomodo en las filas del Partido Popular, principalmente, y ahí estaban aletargados.
  Con el acomodamiento de las democracias los partidos socialdemócratas fueron perdiendo apoyos. La globalización económica trajo consigo deslocalizaciones industriales. La falta de controles en las entidades financieras hicieron que se desbocasen las inversiones de especulativas en detrimento de las productivas. A esto se sumó la creencia, impuesta mediáticamente, de que vivíamos en una sociedad perfecta que sólo podía ir a mejor y no olvidemos el fomento patológico del individualismo. Cuando estalló la virulenta y despiadada crisis del 2008 provocó un shock social.
  La crisis financiera originada y propagada por Estados Unidos arrasó el mundo, sobre todo el cómodo vivir de las democracias liberales occidentales. En esos momentos se produjo un desgarro en lo personal y aquella imagen idealizada por los ciudadanos de vivir en una sociedad perfecta se vino abajo. De pronto nos dimos cuenta que éramos más pobres de lo que nos habían hecho creer. Nos lo habíamos tragado sin apenas atisbos de crítica.
  Mientras la crisis iba destrozando las familias, pequeñas empresas y negocios familiares, los partidos de izquierda no supieron hacer propuestas ni acometer políticas que frenasen el impacto económico que empobreció o directamente arruinó a tantos ciudadanos. Ni siquiera fueron capaces de elaborar un discurso ilusionante.
  En esa situación los populismos de extrema izquierda y de extrema derecha obtuvieron su caldo de cultivo para presentarse en sociedad, poco a poco, desde el rincón al que habían sido relegados. Según pasaban los años y las soluciones no acababan de llegar más se crecían.  La extrema izquierda no encontró su hueco. En España se coló la CUP, pero recluida al ámbito de Cataluña. A pesar de lo que se argumente desde medios de la derecha española, no considero que Unidas Podemos sea un partido de extrema izquierda. A su actuación en el gobierno de coalición me remito. Ningún análisis serio los incluye en la extrema izquierda. 
  Otra cosa bien distinta ocurrió con la extrema derecha. Con esa mezcla de autoritarismo, neofascismo, ultranacionalismo, iliberalismo e incluso anarcocapitalismo han sabido rentabilizar la oportunidad.
  En España esa tendencia, igual que casi todas llegó con atraso, pero lo hizo para quedarse y en estos momentos se encuentra en plena fase expansiva. No sabemos cual puede ser su techo.
  Polonia, Hungría, Brasil o EEUU son ejemplos de ese ascenso de la extrema derecha hasta acceder al gobierno vía urnas. En países como Austria, Holanda o Noruega han obtenido una importante representación.
  No podemos olvidarnos de Putin, que ya venía comportándose cómo un auténtico dictador, que no dudó en eliminar a sus adversarios y que ahora, con la invasión de Ucrania, demuestra ser un genocida. Vladímir Putin mantiene buenas relaciones con todos esos partidos extremistas que pululan por el mundo, tanto que hasta los financia.
  Trump «dignificó» las políticas ultras y sirvió de modelo para el resto de los países. Que promoviera un golpe de estado civil no le ha supuesto desgaste alguno y de momento se plantea volver a presentarse a las presidenciales.
  En España los radicales perdieron complejos e hicieron de su ideología ultranacionalista, xenófoba, homófona, militarista y ultra liberal una bandera de la que se sienten orgullosos.
  Las formas de actuar de la extrema derecha es muy similar en todo el mundo. Cuentan con mucho dinero y con el apoyo de apologetas que recorren el mundo proclamando su «buena nueva» y transmitiendo las estrategias a seguir. El más conocido de estos adalides es Steve Bannon, que visitó España en varias ocasiones para ilustrar a sus alumnos. En el caso de Iberoamérica las sectas religiosas son las difusoras de las ideas ultras.
  Se han convertido en expertos en el uso de las redes sociales y no dudan en emplear todos los medios a su alcance para difundir su pensamiento al tiempo que denigran el sistema democrático. El empleo de bulos es una de sus prácticas preferidas. Son expertos en la desinformación e intoxicación mediática.
  En España se vio a Vox, inicialmente, como una curiosidad, una rareza que no iba a llegar a ningún lado. Los medios de comunicación les abrieron sus puertas y la aprovecharon muy bien. En poco tiempo se han convertido en un partido que ocupa un gran espacio político. Andalucía, Murcia, Madrid y ahora Castilla y León confirman ese avance. En el caso de Castilla y León han dado un paso adelante y se convierte en el laboratorio donde experimentar sus políticas y ver las repercusiones que tienen en la sociedad.
  A escala nacional vienen condicionando, en gran medida, el debate político nacional. El PP supedita su discurso al que arguye Vox. Cada día es más difícil  distinguir a la extrema derecha de la derecha extrema, expresión esta que utilizo desde hace tiempo y que me parece que se ajusta muy bien a la realidad.
  Una parte relevante de los seguidores de la extrema derecha se han convertido en hooligans. Resulta imposible razonar con ellos. Se creen en posesión verdades absolutas. Niegan cuestiones verificadas por la economía, la Historia, la medicina, la ciencia. Son negacionistas de todo y para todo. Sólo hay una verdad: la suya. En los casos más extremos, que los hay, llegan a renegar del propio Vox.
  En algunas ocasiones leo las opiniones que se dan en las redes sociales a temas varios y me producen una inmensa desazón. Una de las últimas «curiosidades» con la que me tope fue la siguiente: «la calificación de extrema derecha a nazismo, fascismo, o falangismo. Todos aquellos movimientos, al igual que el comunismo, se caracterizaban por ser anticapitalistas y perseguir el bienestar de la clase trabajadora. ¿Desde cuando la derecha pasó a ser anticapitalista?». Una distorsión de la Historia de este nivel no se puede contrarrestar con doscientos ochenta caracteres. Además sería una pérdida de tiempo. En este caso no ha insultado, que suele ser lo más frecuente. Esos hooligans apoyan sus argumentaciones en unas formas y lenguajes muy agresivos.
  Resulta muy complicado hacerles frente en un periodo de crisis de todo tipo como el que estamos viviendo. La extrema derecha ha introducido su relato en la sociedad, los gobiernos no han sido capaces de articular políticas que solucionen los problemas de los ciudadanos y al mismo tiempo, en el caso de España, el partido de la derecha le introduce en los gobiernos autonómicos de forma directa o indirecta.
  La extrema derecha está dividiendo la sociedad española y están poniendo en tela de juicio aquellos asuntos que pensábamos que estaban suficientemente consensuados por todos. Su machacona insistencia, el descontento social y las mentiras están calando en una sociedad con escasa capacidad crítica.

 

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