De despoblación y lamentos sabemos mucho en
el occidente asturiano, de esperanzas bastante menos. Esta introducción viene a
cuento de uno de los últimos libros que he leído, Las Españas despobladas.
Entre el lamento y la esperanza de Jaume Font Garolera, geógrafo por la
Universidad de Barcelona, especialista en geografía regional, investigador de
ordenación y planificación territorial.
Hace cincuenta, sesenta o más años los
pueblos estaban llenos, poblados por gentes que malvivían. El fenómeno de la
emigración no es reciente en el occidente y suroccidente asturiano, por
reducirlo a un territorio muy concreto, amplio y diverso. A fines del siglo XIX
y principios del XX se produjo una gran emigración hacia tierras americanas,
constatable en los padrones municipales. Otro movimiento migratorio importante
se produjo a finales de los cincuenta y en la década de los 60 del siglo
pasado.
El
desarrollismo franquista conllevó, entre otros muchos desastres, el abandono
masivo de los pueblos. Las ciudades y la incipiente industria necesitaba mucha
mano de obra y en los pueblos se pasaba hambre. Sí, hambre. Lo explica muy bien
Jaume Font: «Con la llegada del desarrollismo de los años sesenta, un campo
español superpoblado y empobrecido a la vez por el latifundismo y el
minifundismo imperante -sin olvidar otros muchos «males de la patria», como el
caciquismo y el absentismo-, forzosamente tenía que ver drásticamente reducida
su población en un contexto de crecimiento económico basado en la
industrialización, las ventajas competitivas de las economías de aglomeración y
ante el avance imparable de la mecanización del campo». (pág. 31).
El franquismo hizo que en «tan solo quince
años (de 1960 a 1975), España dejó de ser un país eminentemente rural para
convertirse en un país urbano del siglo pasado» (pág. 44).
Los años sesenta, con una economía europea
disparada, con logros de la clase obrera como fueron las vacaciones pagadas y
alcanzando un estado del bienestar, los turistas llegaron a España y con ellos
las bases sociológicas del franquismo se empezaron a tambalear y las
imposiciones morales y culturales de la
iglesia católica empezaron a ser vistas como anacrónicas.
Nunca está demás recordar estas cosas, máxime
en estos tiempos en los que algunos nos quieren hacer retroceder social e
individualmente a esos años.
La llegada de la democracia no trajo consigo
un tratamiento especial y específico para el mundo rural, lo cual supuso mayor
despoblación y envejecimiento de la población, hasta llegar a la situación que
hoy padecemos.
Está claro que ese proceso sigue en la
actualidad. La globalización, la concentración de la población en las ciudades
son fenómenos que continúan despoblando, y envejeciendo, el mundo rural. No hay
que engañarse, el mundo rural no volverá a ser aquel que algunos añoran, que
son los que vivían bien en aquellos tiempos o los que no tienen memoria o
nacieron hace poco.
Como bien nos recuerda el profesor Font el
éxodo rural no es algo exclusivo de España. Afirma el autor que la despoblación
rural española solo se puede atenuar -dice atenuar y no revertir- con políticas
efectivas de ordenamiento y desarrollo territorial y con incentivos y ayudas
públicas a los escasos residentes permanentes, y pone de ejemplos a Suiza y
Escandinavia.
Resalta Font Garolera que aunque sigue siendo
un lugar común las diferencias entre el medio rural y el medio urbano han casi
desaparecido. Creo que es bastante evidente, a pesar de que los pueblos hayan
recuperado muchas tradiciones casi desaparecidas, lo cual me parece muy bien,
pero basta con escuchar y ver como se comportan los jóvenes, y no tan jóvenes
de los pueblos y comprobamos que no se diferencian. Los medios de comunicación,
las redes sociales y el turismo homogenizan los comportamientos, no solo en
España, en el mundo.
Los problemas más importantes del mundo rural
que coincide, generalmente, con las regiones despobladas, son el tener una
población envejecida, la falta de trabajo, una estructura económica débil y
poco diversificada en la que el sector primario sigue siendo primordial y la
apuesta por el turismo como alternativa.
Creo que en el occidente asturiano nos
ajustamos muy bien a esa descripción.
Vivir en el suroccidente asturiano supone
conocer los problemas que acarrea la despoblación y el envejecimiento de su
población, pero también pienso que habría sido de esta comarca sin el apoyo de
la Unión Europea.
La PAC (Política Agrícola Común) nació en
1962 y fue, es, fundamental para la supervivencia de agricultores y ganaderos.
Es cierto que muchos se quejan, pero tendrían que pensar por un momento lo que
pasaría sin ese paraguas. Hay un montón de programas europeos que contribuyen
al desarrollo del mundo rural. Así tenemos el FEAGA, el FEADER, LEADER, los
GAL, a través de los cuales han llegado cantidades ingentes de dinero a España.
La concentración de la población en la
ciudades es un proceso mundial que las ayudas no contribuyen a frenar. La
agricultura y la ganadería, tal y como era hace cuarenta o cincuenta años ha dado paso a grandes empresas
agroalimentarias. En el caso de las macrogranjas están acabando con las
explotaciones familiares extensivas a la vez que son un foco de contaminación
muy importante.
En Las Españas despobladas hay
referencias al caso de Asturias, no muchas, y las más concretas se centran en
la zona de Mieres, para nada hay referencias a nuestra comarca.
Asturias bate todos los récords de descenso
de la natalidad. Pasa de los 2,33 hijos por mujer en 1975 a menos de un hijo
por mujer en 2021. Un dato más, por cada 100 mujeres en Asturias hay 92
hombres, en el occidente aun es peor.
El declive industrial, en Asturias y España,
en los últimos años tiene como causa la globalización de la economía y por otro
lado, el incremento de países integrantes de la Unión Europea. La globalización
conllevó, y así seguimos, la deslocalización de muchísimas empresas.
El occidente y suroccidente asturiano se
caracterizan por la despoblación, la falta de personas jóvenes, especialmente
mujeres en edad de procrear, la falta de empleo, la desaparición del pequeño
comercio, infraestructuras deficientes, carencia de transportes públicos,
conexiones telefónicas, televisivas o de internet malas. Si esto no fuera
suficiente los servicios públicos son deficitarios en sanidad o educación. No es
exclusivo de esta zona, desde luego.
La crisis de la minería del carbón comenzó en
los años sesenta, del siglo pasado, motivada por la escasa competitividad del
mineral español. Como consecuencia de esa escasa competitividad se creó HUNOSA
con la intención de rescatar y mantener las minas asturianas. Las del
suroccidente quedaron en manos privadas. Las minas de esta comarca tuvieron su
etapa de máximo apogeo en los años ochenta del siglo XX.
Los planes de reestructuración minera se
conocen desde el año 1990, cuando se puso en marcha el primer plan. Desde 2013
estuvo en vigencia el Marco de actuación para la minería del carbón y las
comarcas mineras en el periodo 2013-2018. El fin de la minería estaba
cantado.
No
hubo diversificación productiva, como tampoco se crearon empresas alternativas
que paliaran el efecto de los empleos perdidos.
Las Españas despobladas tiene 318
páginas, distribuidas en diez capítulos, con bibliografía al final. Es un libro
con información que nos ayuda a entender como hemos llegado hasta la situación
que se vive en eso que han denominado la España vaciada. Es un ensayo
que me resultó interesante, nada farragoso de leer.
Termino con una frase del autor que se puede
aplicar al occidente y suroccidente asturiano: «Hay poca gente, y en muchos
lugares no existe una masa crítica suficiente como para que las personas puedan
tener una vida económica, social, emocional y culturalmente plena» (pág. 35)
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