Los
cumpleaños son celebrados en Facebook con entusiasmo. La alegría del
cumpleañero, sea mujer u hombre, va en relación con el número de felicitaciones
que recibe y este va en función del número de «amigos» que tiene cada cual. Una
de las respuestas más socorridas ante tanto agasajo es «así da gusto cumplir años». De bien nacidos
es ser agradecido, pero… Cuando acumulas varios lustros ya no hay tantos
motivos de celebración. Eso sí, la otra alternativa, el no cumplirlos, es más
jodida.
Pongámonos
en el caso de un sesentón. Sí, de un macho que haya traspasado los sesenta.
Cifra terrible donde las haya. Por mucho que se empeñe y diga que sesenta no
son nada y que se es aún joven es una cifra que pesa un montón. ¿No? Vaya que
sí.
Uno
de los primeros signos del declive es que se acentúa la gravedad. ¿Síntomas? El
personal, en su mayoría, encoge, pierde algún centímetro que otro. La tierra
tira mucho. La chepa se convierte en un símbolo distintivo. En unos es más
acusados que en otros. Los hay que hasta se atan una tabla en la espalda para
mantener alta la frente.
Hay
otro detalle universal, los huevos colganderos. El escroto se estira hasta
convertirse en un colgajo que se bambolea como un badajo flácido. En los casos
más extremos el miembro viril queda atrapado entre los huevos colganderos y la
barriga cervecera. En invierno… mejor no pensarlo.
Ya
está mencionada otra de las «bendiciones» que nos depara el paso del tiempo, la
barriga cervecera. Sigue siendo un misterio, por eso se achaca a la cerveza,
que paga el pato de dicha protuberancia. ¡Qué gran injusticia! Hay barrigas tan
excepcionales que me hacen pensar en el portador de tamaña excrecencia a la
hora de mear. Y no vean a la hora... No sean malos, no sigan pensando en …
A
estas novedades se unen esos jodidos pelos que afloran por la nariz. ¿Pero como
se reproducen tan rápido? Y que me dicen del tamaño que adquieren. Oigan, que
en ocasiones se pueden trenzar. Para cortarlos hay que utilizar tijeras de
podar. Por si esto fuera poco, a los tíos se nos llenan las orejas de pelo.
¡Qué digo! de pelos. Menuda gracia, descendemos del mono y nos convertimos en
lobos. Animales somos un cuanto.
Y
viene lo otro. La graciosada cabrona. Por un lado nos crecen pelos allí donde
no los hubo nunca, y por otro, los perdemos en el lugar más visible, la cabeza.
Hay despelados cabeciles que la pulen hasta quedar reluciente como una bola de
billar. Antes, ahora también, hay quienes se dejan crecer el pelo por un
lateral y cuando alcanza la largura necesaria lo voltean hacia la parte
superior. Oigan, así se sienten bien. Pues me alegro por ellos. Los hay que
dejan crecer los pelos orejeros, estiran de ellos hacia arriba y los atan con
un moñito. Lo mejor de todo fue poner de moda las cabezas peladas. ¿Quién lo
ideó? Pues claro, un calvo. Los vendedores de cortapelos están encantados. Hay
gente tan apañada que se pelan solos, otros necesitamos ayuda.
Siguiendo
con los pelos. ¿Qué me dicen de las cejas? Los hay que parece que llevan
limpiaparabrisas.
Total,
te duchas, te pones a quitar pelos de aquí, de allí y del otro lado y cuando te
das cuenta echaste una hora. En caso de que te hayas despistado llegas a bajar
un quilo de peso cuando te rapas.
Bueno,
dejemos esto. ¿Pasamos a las arrugas? ¿Arrugas? Carajo, si es que parecen
surcos para plantar patacas. Los más optimistas las llaman líneas de expresión
y parecen mojamas, en casos extremos momias vivientes. Imaginen a un tipo
sesentón, calvo, tripón, con pelos nariceros y orejeros, amojamao y …
los huevos que se los mire quien quiera, y diciendo «así da gusto cumplir
años». O es un optimista nato o un mentiroso patológico.
No
hablemos de lo que no se ve, los achaques varios. Levantarse, ponerse los
calcetines y calzarse lleva sus cinco minutos y un montón de suspiros cuando no
de cagamentos. Llegar al baño, buscársela y ver como el chorro se convirtió en
un chorrito intermitente y esmirriao. Los más ingenuos se miran de
frente y luego de perfil. ¡Hay que ser ilusos!
Antes
del desayuno, un protector estomacal. Luego leche desnadata o vegetal con una
mizca de café, descafeinado por supuesto. Tostada con margarina vegetal, sin
aceite de palma, y un poco de mermelada diet. Tras el desayuno,
va al cajón de la medicinas y algunas se le caen al suelo de atiborrado que
está. Más cagamentos. Empuja una, dos, tres… pastillas con un vaso de agua y ya
está listo.
Con
eso el buen hombre se echa a la calle a pasear, que es muy sano. Baja todo el
santoral al ponerse los playeros. Nada más llegar al portal, y antes de abrir
la puerta, esboza una sonrisa, que fijándose bien es un rictus de dolores
varios. Para no aburrirse lleva pinganillos conectados a la radio pequeñina,
que ya no es tal, fue sustituida por los móviles. Jadea, suspira, maldice y a
los tres kilómetros vuelta pa casa. Ya está bien. Llega descompuesto.
Para más inri la bendita le mira de reojo y sonríe. La ve descojonarse y
se va directamente al baño. Una ducha le repondrá. Sí por los colganderos.
Tiene que cortarse las uñas de los pies. Ja. Imagínenlo. Se toma otro café, que
tampoco le servirá de nada.
Está
feliz, mañana será su cumpleaños, hará 65. Joder, que alegría. Está seguro que
recibirá muchas felicitaciones y por un día será feliz, bueno si los dolores se
lo permiten.
Lo
dicho, no hay nada como cumplir años. Lo demás son minucias. ¡Vaya si lo son!
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