Qué
dura es la vida de los jóvenes, sobre todo si son estadounidenses, viven en Los
Ángeles, y son ricos. Estamos en 1981. Un grupo de estos jóvenes pijos ven como
su existencia se ve alterada por la presencia de un nuevo alumno en el colegio,
privado por supuesto, en el que están cursando el último año de secundaria.
Tras
trece años sin publicar Bret Easton Ellis nos presenta Los destrozos, traducida por Rubén Martín Giráldez. Una obra más de autoficción, y no lo digo en tono peyorativo. Ellis tiene
diecisiete años y está escribiendo la que será su primera novela, Menos que
cero, publicada en 1985. En este tipo de novelas, las de autoficción, no es
posible discenir la ficción de la realidad.
Desde
el primer momento hay tensión, que se mantendrá a lo largo de la novela.
La
vida de un cohesionado grupo de jóvenes se pone patas arriba por la presencia
de Robert Mallory, un nuevo alumno. En ese tiempo entra en escena un asesino en
serie llamado El Arrastrero.
La
imaginación llevará a Ellis a establecer una conexión entre uno y otro y esto
complicará las relaciones de amistad y amoríos. La intriga de quien es
verdaderamente Mallory y cual es su historia, así como la identidad del asesino
y otros enredos se esclarecen al final, bueno, o tal vez no. Lo mejor que
pueden hacer es leer el libro.
Leí
con enorme pena la vida de estos jóvenes que lo tienen todo. Viven en
magníficas casas con piscinas incluidas, coches de lujo, ropa de super marcas.
Algunos de los papás están vinculados a la industria cinematográfica, ganan
muchísimo dinero y, sin embargo, apenas hacen acto de presencia en la novela.
Excepto en un caso, el resto de los padres son figuras ausentes. Los de Ellis
se encuentran de vaciones y llevan de dos meses fuera. La comunicación entre
padres e hijos es casi nula.
El
autor describe esas casas, las ropas que visten, los coches que utilizan, el
personal que trabaja para ellos. Es un mundo que la mayoría de nosotros
desconocemos y solo hemos visto en películas o leído en libros. Así y todo,
esos niños pijos están desnortados, parece que les falta algo, tal vez sea
inteligencia emocional.
Al
ser una novela de autoficción el narrador es el propio autor, por lo que la
visión de los acontecimientos está claramente sesgada. Da igual lo objetivo que
pretenda ser, siempre nos quedará la duda de como vieron y entendieron los
hechos el resto de las personas o personajes. En el caso de Los destrozos hay
un momento crucial en el que Ellis introduce la duda. Es, desde luego, una
artimaña del autor con el fin de dejar abierto esa cuestión y que seamos los
lectores quienes nos decantemos por alguna alternativa. No, Ellis no nos cuenta
toda la verdad. No podemos olvidar que es un novela, una autoficción con
trampa.
El
mundo de estos jóvenes está repleto de fiestas fastuosas en las que no faltan
las bebidas, alcohólicas por supuesto, las drogas de casi todos los tipos y el
sexo. Todo ello descrito con realismo, incluido el sexo. No solo el sexo
hetero, si no también homo, incluida la relación entre… Ya saben, lean la
novela. La sexualidad como aprendizaje y como definición personal. La salida
del armario sigue siendo traumática, en algunos casos, en aquellos años mucho
más.
No
sé, tal vez por esas descripciones explícitas nos dicen que Ellis es un
escritor provocador, vamos, un niño terrible. Pues no me parece. No me extraña
que en Estados Unidos sea tildado de tal siendo como es una sociedad, en
general, puritana. No creo que nadie se escandalice. Por lo demás, me parece
una descripción, no sé si acertada o no, de esa juventud forrada de dinero. Y
no lo sé ya que mi familia no es rica. Pero no veo crítica social. Le critican
ser duro, tratar temas escabrosos y violentos. Pues bueno, pero no es para
tanto. Por la televisión vemos a diario escenas más fuertes.
Los
destrozos nos sirve de recordatorio de las canciones que se escuchaban en
aquel año de 1981. Las referencias musicales son continuas. No es extraño ya
que Ellis fue músico de joven, teclista. Reconozco que algunos grupos no tenía
ni idea de quienes eran. Me pasé un tiempo escuchando a esos grupos. Ven, un
aliciente más para leer Los destrozos. No solo es la música, también el
cine. Ellis se ve que además de melomano era cinéfilo a esa edad. Tampoco es
que fuese único, muchos jóvenes lo eran y lo son a esas edades. Me sirvió para
recordar muchas de las películas citadas, aunque algunas ni las vi ni las
recuerdo.
La
novela está entretenida, un poco espídica, no puede ser de otra manera, y es
una buena guía de música y cine de los 80. Le pongo una pega, es un libro
complicado para leer en la cama. Sus 674 páginas son complicadas de sujetar.
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