Estoy enamorado, seducido, prendado de los pastéis
de nata. Les declaro públicamente mi amor incondicional. Como muchas de las
delicias pasteleras nació en un monasterio, el de los jerónimos de Santa María
de Belém, en Belém, cerca de Lisboa. El empresario Domingos Rafael Alve compró
la receta y desde 1837 hacen pastéis de Belém, nombre que tienen
registrado, cerca del monasterio de los jerónimos. Los propietarios son
descendientes de Domingos. Cuentan que fabrican entre 20000 y 50000 pastéis
por día, no es de extrañar viendo la afluencia de clientes, todos los que nos
acercamos a visitar el monasterio nos dejamos caer por allí. Están muy buenos,
pero que muy buenos.
No todo fue bueno. Mientras atravesábamos un
pequeño parque frente a los jerónimos, en dirección al Monumento a los
Descubrimientos, una pérfida gaviota, mal rayo la parta, me robo de manera
artera y por la espalda un buen pedazo de pastéis que me llevaba a la
boca. Maldita sea ella y su estirpe. No es una invención. No me llevó el dedo
de milagro. Maldición eterna a esos bichos ladrones.
Por toda Lisboa hay locales que venden pastéis.
En la calle Augusta, que todos los turistas atravesamos, hay una fábrica de pastéis
de nata, la Manteigaria, que me hizo feliz. Están continuamente
haciéndolos. Pregunté y me dijeron que hacían entre cinco y seis mil diarios –
aquí tienen mucha competencia - al precio de un euro treinta céntimos, hagan
cálculos. Merece ese dinero. Me gustan calentitos, se me hace la boca agua.
Monasterio de los Jerónimos
Hay un tercer lugar donde salive a conciencia
con estos pastéis, en la Fábrica da Nata, en Sintra, en la Praça da
República. Una maravilla y eran de un tamaño un poco mayor, lo cual agradecí.
Dicho esto, pido perdón por anticipado, el pastéis
de bacalhau, pastel de bacalao, no me gustó nada de nada.
Encontramos algunas heladerías con un
material muy bueno, no esas que tienen montañas de helado, esas no. Muy ricos,
los disfruté.
Mis médicos que no se enteren.
Hace años, veintinueve, que estuvimos en
Lisboa y no habíamos vuelto. Nada que ver con el recuerdo que teníamos. Es una
ciudad europea, para bien y para mal. En aquel primer viaje nos llamó la
atención el deterioro de muchos edificios. Recuerdo haber leído un artículo en El
País que hacía un recorrido por la ciudad en el que se hablaba de más de
cuatrocientos edificios en ruina. Nada que ver con la realidad de hoy.
Edificios en rehabilitación igual que en cualquier otra ciudad.
Tranvía 28
La ciudad está limpia y tiene una red de
transporte público muy buena, con una frecuencia regular. Autobuses, tranvías
clásicos y modernos, metro, tren, y para los turistas además muchos automóviles
imitación a clásicos e infinidad de tuk tuks, algunos decorados con
flores e incluso con música muy elevada. ¿Qué les lleva a pensar que a los
turistas nos gusta la música elevada? ¡Fiesssta!
Palacio da Pena
Dos destinos turísticos cercanos a Lisboa
cuentan con comunicación por tren, Cascais y Sintra, en direcciones opuestas,
en ambas localidades finaliza el trayecto. Son trenes de cercanías que son muy
utilizados también por los turistas. Salen de estaciones diferentes, pero
céntricas. El precio ida y vuelta, para dos personas, diez euros con diez
céntimos.
Las ciudades que no se patean no se aprecian,
pero en el caso de Lisboa hay que estar preparado para sudar y, sobre todo,
tomárselo con tranquilidad. Suelos adoquinados y empedrados con piedras de
forma más o menos cuadradas, lo que supone pavimentos irregulares , que para
quienes arrastran los pies es un mal negocio. El calzado debe tener una buena
suela para no destrozar los pies. Me dolía ver a turistas con chanclas, además
de camisetas y pantalones cortos – la visita la hicimos a finales de octubre -.
Necesitaré varios días para reponerme.
El turismo es ya un problema en Lisboa. La
masificación lleva consigo encarecimiento de la vivienda, los alquileres, la
vida en general. Es cierto que ofrece muchos puestos de trabajo, pero imagino
que como ocurre en el resto del mundo, en España desde luego, son mal pagados,
con excesivas horas de trabajo y pocos descansos. A los políticos, de cualquier
país, se les llena la boca con el turismo y a los hosteleros y hoteleros nunca
les parecen bastante, pero son los ciudadanos los que pagan los inconvenientes
que generan. En el caso de Lisboa parece que son casi diecinueve millones de
turistas los que recibe al año. Brutal. Una aclaración, la ciudad cobra cuatro
euros diarios por persona de tasa turística y no parece que eso retraiga al
personal. Lo digo para esos que se oponen a las tasas turísticas en lugares con
turismo masivo, como son casi todas las ciudades, incluidas Oviedo y Gijón, por
ejemplo.
Hablando de pagar, hay restaurantes en los
que cobran tres euros por servicio y persona. Esto tampoco retrae a nadie. Las
terrazas hasta arriba. Eso sí, en muchos restaurantes los camareros están
uniformados y hay locales muy chulos, incluidas tiendas de latas de conservas.
Sí, tiendas de latas de conservas, hay un montón de ellas y las latas son
bonitas y caras.
Con tanto turista las tiendas están todas
abiertas todos los días de la semana, da igual el tamaño. Me da a mí que el
trabajar días festivos no está bien remunerado. Un detalle, sobre todo en
hostelería, también hotelería, la mayoría de los trabajadores son inmigrantes.
Plaza Martim Moniz
Hablando de inmigración, el mayor número de
inmigrantes en Portugal son… brasileños, luego británicos -seguro que estos no
generan ni racismo ni xenofobia -. Tras ellos hindúes, caboverdianos, angoleños
y nepalíes. Las calles de la capital portuguesa son una muestra clara de la
heterogeneidad. En las noches esos emigrantes se reúnen en varios puntos de la
ciudad, el más concurrido, que nosotros viéramos, es la Plaza de Martim Moniz,
una gran plaza muy céntrica. Allí charlan, escuchan música y algunos improvisan
rudimentarios puestos de comida. No son muchos los turistas que se acercan por
allí al anochecer. Desde esta plaza sale el famoso tranvía 28.
Al lado de esta plaza se encuentra la Rua do
Benformoso, no se como se llama el barrio, es una zona de inmigrantes, las
tiendas en su inmensa mayoría están atendidas por inmigrantes y sus clientes
también lo eran, su indumentaria y aspecto lo confirmaba. En toda la ciudad hay
mucha policía, en esta calle en poco tiempo vimos patrullar a cinco policías
juntos y poco después pasaron dos coches policiales. Hay una evidencia que es
constante en cualquier ciudad del mundo, la pobreza es sucia.
Lisboa tiene muchas plazas, pero todas muy
duras. Los jardines y el arbolado salen demasiado caros y hay que mantenerlos.
Nada nuevo. En varias de estas plazas había instalados puestos con artesanía y
bisutería así como puestos de comida. A la hora de la comida y cena estaban
petados de turistas. Los precios no eran muy económicos.
Como ya dije la ciudad está pensada para los
turistas, así hay muchos baños públicos atendidos por inmigrantes o personas
mayores que se encargan del mantenimiento. Incluso en las estaciones hay que
pagar en los baños. El precio por su utilización es de cincuenta céntimos, los
doy por bien empleados ya que siempre están limpios.
Los guiris nos informamos por los mismos
medios, hoy a través de internet, por lo que todos hacemos las mismas
peregrinaciones y no es extraño coincidir en el día con las mismas personas.
Entre esos lugares «obligados» están los miradores que ofrecen unas vistas
panorámicas de la ciudad muy chulas, especialmente al atardecer. ¿Problema? Las
subiditas que tienen casi todos, para llegar caminando, desde luego. Merece la
pena el esfuerzo.
Hablando de miradores me viene a la cabeza un
detalle que no sabía o no recordaba, Lisboa es también la ciudad de las siete
colinas, al igual que Roma que es la que todos recordamos. Cuando se visita se
comprende perfectamente.
Visitamos, como no, el Castillo de San Jorge
y paseamos por Alfama. Visitamos el Monasterio de los Jerónimos, el Monumento a
los Descubrimientos y la Torre de Belém. Contemplamos la ciudad desde los
miradores Portas do Sol, de Santa Lucía, de Graça, el de San Pedro de Alcántara
y alguno más. Nos acercamos al Panteón Nacional y la catedral. Es imposible no
ver el elevador de Santa Justa o la Plaza del Comercio, no muy lejos está la
Casa dos Bicos, sede de la Fundación Saramago. Andando por el Chiado nos acercamos
a visitar el Convento do Carmo. Y como buenos guiris nos acercamos al pequeño
bar A Ginjinha donde nos tomamos una ginja, que no es otra cosa
que un licor de guindas y que a nosotros nos pareció que sabía un poco a
nuestro vino Sansón.
Una aclaración, nosotros no compramos la Lisboa
Card, no nos interesaba, pero eso es una cuestión que cada cual debe
valorar.
El viaje dio para mucho. Nos prestó la
ciudad, la disfrutamos. Cansamos muchísimo, especialmente yo, necesito varios
días para reponerme, pero mereció la pena. Hicimos un montón de fotos y subimos
a las redes algunas de las guapas, lo feo también lo vimos, pero no es
necesario regodearse en ello.
Lisboa dio para esto y más, siempre
acompañado de pastéis de nata. Disfruten la ciudad y, por favor, no
dejen de comer pastéis.
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