3 nov 2024

Lisboa, la ciudad de los pastéis de nata



   Estoy enamorado, seducido, prendado de los pastéis de nata. Les declaro públicamente mi amor incondicional. Como muchas de las delicias pasteleras nació en un monasterio, el de los jerónimos de Santa María de Belém, en Belém, cerca de Lisboa. El empresario Domingos Rafael Alve compró la receta y desde 1837 hacen pastéis de Belém, nombre que tienen registrado, cerca del monasterio de los jerónimos. Los propietarios son descendientes de Domingos. Cuentan que fabrican entre 20000 y 50000 pastéis por día, no es de extrañar viendo la afluencia de clientes, todos los que nos acercamos a visitar el monasterio nos dejamos caer por allí. Están muy buenos, pero que muy buenos.


  No todo fue bueno. Mientras atravesábamos un pequeño parque frente a los jerónimos, en dirección al Monumento a los Descubrimientos, una pérfida gaviota, mal rayo la parta, me robo de manera artera y por la espalda un buen pedazo de pastéis que me llevaba a la boca. Maldita sea ella y su estirpe. No es una invención. No me llevó el dedo de milagro. Maldición eterna a esos bichos ladrones.
  Por toda Lisboa hay locales que venden pastéis. En la calle Augusta, que todos los turistas atravesamos, hay una fábrica de pastéis de nata, la Manteigaria, que me hizo feliz. Están continuamente haciéndolos. Pregunté y me dijeron que hacían entre cinco y seis mil diarios – aquí tienen mucha competencia - al precio de un euro treinta céntimos, hagan cálculos. Merece ese dinero. Me gustan calentitos, se me hace la boca agua.

Monasterio de los Jerónimos 

  Hay un tercer lugar donde salive a conciencia con estos pastéis, en la Fábrica da Nata, en Sintra, en la Praça da República. Una maravilla y eran de un tamaño un poco mayor, lo cual agradecí.
  Dicho esto, pido perdón por anticipado, el pastéis de bacalhau, pastel de bacalao, no me gustó nada de nada.
  Encontramos algunas heladerías con un material muy bueno, no esas que tienen montañas de helado, esas no. Muy ricos, los disfruté.
  Mis médicos que no se enteren.
  Hace años, veintinueve, que estuvimos en Lisboa y no habíamos vuelto. Nada que ver con el recuerdo que teníamos. Es una ciudad europea, para bien y para mal. En aquel primer viaje nos llamó la atención el deterioro de muchos edificios. Recuerdo haber leído un artículo en El País que hacía un recorrido por la ciudad en el que se hablaba de más de cuatrocientos edificios en ruina. Nada que ver con la realidad de hoy. Edificios en rehabilitación igual que en cualquier otra ciudad.

Tranvía 28

  La ciudad está limpia y tiene una red de transporte público muy buena, con una frecuencia regular. Autobuses, tranvías clásicos y modernos, metro, tren, y para los turistas además muchos automóviles imitación a clásicos e infinidad de tuk tuks, algunos decorados con flores e incluso con música muy elevada. ¿Qué les lleva a pensar que a los turistas nos gusta la música elevada? ¡Fiesssta!

Palacio da Pena 

  Dos destinos turísticos cercanos a Lisboa cuentan con comunicación por tren, Cascais y Sintra, en direcciones opuestas, en ambas localidades finaliza el trayecto. Son trenes de cercanías que son muy utilizados también por los turistas. Salen de estaciones diferentes, pero céntricas. El precio ida y vuelta, para dos personas, diez euros con diez céntimos.
  Las ciudades que no se patean no se aprecian, pero en el caso de Lisboa hay que estar preparado para sudar y, sobre todo, tomárselo con tranquilidad. Suelos adoquinados y empedrados con piedras de forma más o menos cuadradas, lo que supone pavimentos irregulares , que para quienes arrastran los pies es un mal negocio. El calzado debe tener una buena suela para no destrozar los pies. Me dolía ver a turistas con chanclas, además de camisetas y pantalones cortos – la visita la hicimos a finales de octubre -. Necesitaré varios días para reponerme.
  El turismo es ya un problema en Lisboa. La masificación lleva consigo encarecimiento de la vivienda, los alquileres, la vida en general. Es cierto que ofrece muchos puestos de trabajo, pero imagino que como ocurre en el resto del mundo, en España desde luego, son mal pagados, con excesivas horas de trabajo y pocos descansos. A los políticos, de cualquier país, se les llena la boca con el turismo y a los hosteleros y hoteleros nunca les parecen bastante, pero son los ciudadanos los que pagan los inconvenientes que generan. En el caso de Lisboa parece que son casi diecinueve millones de turistas los que recibe al año. Brutal. Una aclaración, la ciudad cobra cuatro euros diarios por persona de tasa turística y no parece que eso retraiga al personal. Lo digo para esos que se oponen a las tasas turísticas en lugares con turismo masivo, como son casi todas las ciudades, incluidas Oviedo y Gijón, por ejemplo.
  Hablando de pagar, hay restaurantes en los que cobran tres euros por servicio y persona. Esto tampoco retrae a nadie. Las terrazas hasta arriba. Eso sí, en muchos restaurantes los camareros están uniformados y hay locales muy chulos, incluidas tiendas de latas de conservas. Sí, tiendas de latas de conservas, hay un montón de ellas y las latas son bonitas y caras.
  Con tanto turista las tiendas están todas abiertas todos los días de la semana, da igual el tamaño. Me da a mí que el trabajar días festivos no está bien remunerado. Un detalle, sobre todo en hostelería, también hotelería, la mayoría de los trabajadores son inmigrantes.

Plaza Martim Moniz 

  Hablando de inmigración, el mayor número de inmigrantes en Portugal son… brasileños, luego británicos -seguro que estos no generan ni racismo ni xenofobia -. Tras ellos hindúes, caboverdianos, angoleños y nepalíes. Las calles de la capital portuguesa son una muestra clara de la heterogeneidad. En las noches esos emigrantes se reúnen en varios puntos de la ciudad, el más concurrido, que nosotros viéramos, es la Plaza de Martim Moniz, una gran plaza muy céntrica. Allí charlan, escuchan música y algunos improvisan rudimentarios puestos de comida. No son muchos los turistas que se acercan por allí al anochecer. Desde esta plaza sale el famoso tranvía 28.
  Al lado de esta plaza se encuentra la Rua do Benformoso, no se como se llama el barrio, es una zona de inmigrantes, las tiendas en su inmensa mayoría están atendidas por inmigrantes y sus clientes también lo eran, su indumentaria y aspecto lo confirmaba. En toda la ciudad hay mucha policía, en esta calle en poco tiempo vimos patrullar a cinco policías juntos y poco después pasaron dos coches policiales. Hay una evidencia que es constante en cualquier ciudad del mundo, la pobreza es sucia.
  Lisboa tiene muchas plazas, pero todas muy duras. Los jardines y el arbolado salen demasiado caros y hay que mantenerlos. Nada nuevo. En varias de estas plazas había instalados puestos con artesanía y bisutería así como puestos de comida. A la hora de la comida y cena estaban petados de turistas. Los precios no eran muy económicos.
  Como ya dije la ciudad está pensada para los turistas, así hay muchos baños públicos atendidos por inmigrantes o personas mayores que se encargan del mantenimiento. Incluso en las estaciones hay que pagar en los baños. El precio por su utilización es de cincuenta céntimos, los doy por bien empleados ya que siempre están limpios.
  Los guiris nos informamos por los mismos medios, hoy a través de internet, por lo que todos hacemos las mismas peregrinaciones y no es extraño coincidir en el día con las mismas personas. Entre esos lugares «obligados» están los miradores que ofrecen unas vistas panorámicas de la ciudad muy chulas, especialmente al atardecer. ¿Problema? Las subiditas que tienen casi todos, para llegar caminando, desde luego. Merece la pena el esfuerzo.


  Hablando de miradores me viene a la cabeza un detalle que no sabía o no recordaba, Lisboa es también la ciudad de las siete colinas, al igual que Roma que es la que todos recordamos. Cuando se visita se comprende perfectamente.
  Visitamos, como no, el Castillo de San Jorge y paseamos por Alfama. Visitamos el Monasterio de los Jerónimos, el Monumento a los Descubrimientos y la Torre de Belém. Contemplamos la ciudad desde los miradores Portas do Sol, de Santa Lucía, de Graça, el de San Pedro de Alcántara y alguno más. Nos acercamos al Panteón Nacional y la catedral. Es imposible no ver el elevador de Santa Justa o la Plaza del Comercio, no muy lejos está la Casa dos Bicos, sede de la Fundación Saramago. Andando por el Chiado nos acercamos a visitar el Convento do Carmo. Y como buenos guiris nos acercamos al pequeño bar A Ginjinha donde nos tomamos una ginja, que no es otra cosa que un licor de guindas y que a nosotros nos pareció que sabía un poco a nuestro vino Sansón.
  Una aclaración, nosotros no compramos la Lisboa Card, no nos interesaba, pero eso es una cuestión que cada cual debe valorar.
  El viaje dio para mucho. Nos prestó la ciudad, la disfrutamos. Cansamos muchísimo, especialmente yo, necesito varios días para reponerme, pero mereció la pena. Hicimos un montón de fotos y subimos a las redes algunas de las guapas, lo feo también lo vimos, pero no es necesario regodearse en ello.
  Lisboa dio para esto y más, siempre acompañado de pastéis de nata. Disfruten la ciudad y, por favor, no dejen de comer pastéis.

 

 

 

 

 

 

 

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