Días atrás una cirujana jubilada, gran
profesional en su campo, me hablaba con cierta tristeza de lo insignificante
que se vuelve una cuando se retira. Contaba que no importaban nada los
esfuerzos y logros conseguidos, cuando dejas de trabajar pasas al olvido,
incluso para aquellos más cercanos. Solo pude estar de acuerdo con ella.
En los centros de trabajo intereses comunes
hacen que surjan alianzas personales que en cualquier momento se pueden romper,
no quiero decir que no florezcan amistades, pero son escasas. El retiro levanta
un muro de aislamiento difícil de sortear.
Al no estar en el día a día de los acontecimientos laborales ya no eres
de los suyos.
Las declaraciones de amistad eterna duran lo
que dura la vida laboral. Cuando pasas a «pasivo», menuda mierda de expresión,
el teléfono deja de sonar y aquellos que llamaban a diario no encuentran tiempo
en todo el año para hacerlo. Eso sí, la culpa es del jubilado que no tiene
otras cosas que hacer. Cuando se hace una llamada o dos a la tercera el
«pasivo» tiene la sensación de estar mendigando un café en compañía. Los
encuentros casuales comienzan con «¿qué es de tú vida?, ¿dónde te metes?».
Para la propia familia la jubilación marca un
antes y un después. Tras el cese laboral entras a formar parte del grupo de los familiares viejos. Ah,
no, mayores que viejos es ofensivo. ¡Anda ya!
Hay personas para las que el cese de la vida
laboral es como una losa. No saben como rellenar las horas del día. Los menos
originales se apalancan en los bares. A otros, por el contrario, les entra una
fiebre deportiva y machacan su cuerpo con kilometradas en bici o caminatas
extenuantes. Los que se meten en un gimnasio quieren esculpir un cuerpo que se
marchita. A unos, a otros y a estos su febril actividad deportiva les da para
dar la chapa a todo dios.
Luego están esos jubilados que quieren tener
una vida activa y no dudan en matricularse en alguna universidad, escuela de
idiomas o cursos de cerámica, cocina o lo que se tercie.
Hay otra categoría nada desdeñable por sus
repercusiones económicas, los jubilados viajeros. Hace cuarenta o cincuenta
años era impensable que los mayores, que no viejos, anduviesen recorriendo el
mundo. Gracias a estos mayores viajeros María Jesús y su acordeón han tenido
una larguísima vida artística y Benidorm es la Florida española. Hoy el que no
viaja casi está mal visto. Asociaciones de todo tipo organizan viajes para sus
socios. Es más, la existencia de esas asociaciones se basa en ese «ocio activo»
y en las comidas que celebran.
No lo entiendan como una crítica, que cada
uno que haga de su capa un sayo.
Bien pensado es normal que los jubilados
pasemos al olvido. Somos unos plastas. Normalmente llegamos a esa categoría por
edad, por enfermedad o accidente laboral. Lo normal es que sea por acumulación
de años. Se supone que de conocimientos y experiencias vamos sobrados que
estamos dispuestos a compartir con el primero que se tercie. ¡Somos unos
pesados! El personal hace bien en huir de nosotros, somos abuelos Cebolleta.
Entre los jubilados hay quienes viven en
soledad, unos deseada y otros por diversas circunstancias.
Para
algunos es como estar encerrados en una cárcel. El aislamiento les absorbe las
energías y las ganas de seguir viviendo. A unos la soledad les sobrevino, otros
se fueron aislando, se autoexcluyeron de la vida social. Sea cual sea el motivo
es un problema social e individual al que no hemos hecho frente.
El prolongar la vida laboral es un
despropósito que intentan justificar por razones económicas y lo jodido es que
hay curritos que les dan la razón. No se puede vivir para trabajar, la vida hay
que vivirla. Algunos se creen que los avances técnicos y tecnólogicos son para
hacer la vida más fácil a los trabajadores, se equivocan. Ese desarrollo tiene
como objetivo la consecución de más beneficios. Están proponiendo que al igual
que nuestros abuelos nos muramos con las botas de trabajo puestas. Es una infamia.
Una de las últimas perversiones es el
enfrentamiento que quieren provocar entre jubilados y jóvenes. Esos perversos
agentes del mal, alineados en la extrema derecha y derecha extrema, argumentan
que las pensiones son muy elevadas y que los pensionistas tendrían que
controlar sus exigencias con el fin de facilitar la contratación de los más
jóvenes.
Se trata de una mentira sideral, cargada de
mala hostia que algunos jóvenes cerebros escasamente amueblados se lo han
creído, bueno, y no tan jóvenes.
Sobre la jubilación y la vejez hay literatura
para dar y tomar, sesudos tratados que no tienen demasiada utilidad, visto que
los problemas siguen ahí. La jubilación suele llevar pareja la vejez y hay que
llevarla como se pueda, no con conformismo y esperando la muerte sentado.
Hay que desterrar esa gilipollez, que por
repetida no deja de ser mentira, me refiero a esa «es que en tus tiempos».
Vamos a ver, nuestro tiempo es aquel en el que vivimos, no importa tener
veinticinco o setenta años, así que déjense de tonterías.
Aviso a navegantes, acabaréis siendo
jubiletas ya veremos lo que haceis y como os trata la vida.
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