19 jul 2010

Rajoy: el perro


Ya está. El veraneo llegó. Claro, no como aquellos que duraban tres meses; ahora, con quince días, vamos sobrados. Ni crisis ni nada. Estamos de vacaciones.

Sin darnos cuenta vamos adquiriendo unas rutinas y en vacaciones no nos desprendemos de ellas, o más bien repetimos las de todos los años, independientemente del lugar donde nos encontremos. Una de esas rutinas obligadas, todos los días, es la salida matinal con Jana.

El paseo marítimo de turno es agradable a primera hora de la mañana. Caminantes, temerarios que arrastran -con dolor propio y ajeno- grandes moles de carne y paseantes de perros componemos una apacible escena. La brisa, suave y cálida, alivia los rigores del sol madrugador.

Jana a lo suyo y yo a lo mío. De pronto una voz femenina se alza y dice: “no, no es Rajoy”. Tal cual. Miro a un lado, a otro, estoy solo ante esa mujer. Tengo gafas, tengo barba y ahí se acabó el parecido. No se puede referir a mí.
Unos pasos delante de ella un perro tira de la correa e intenta acercarse a nosotros. Bueno, más bien a Jana. La señora vuelve a repetir: “no, no es Rajoy”. Ya uno frente a otro, y tras los preceptivos saludos perrunos, me lo aclara. Es que tenemos otro perro igual a este –a Jana- que se llama Rajoy.

Sonrío levemente. Muevo la cabeza en sentido de aprobación. Me pongo serio y sigo caminando. Cuando creo que la distancia que nos separa es prudencial, rompo a reír. No lo puedo evitar.
Dos pensamientos contradictorios me surgen casi al mismo tiempo: o bien la señora es una ferviente partidaria del dirigente de la derecha española o bien tiene muy mala leche. En ambos casos el perro se llama Rajoy.
Cierto como la vida misma. No hay comentarios.
Bajo la sombrilla. Verano 2010

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