Distintas formas de mirar el agua, el último libro de Julio Llamazares, me
resulta muy cercano. Tal vez el que mi
familia sea leonesa hace que lo vea con especial cariño.
El carácter austero, seco, de
Domingo no es un lugar común, es una realidad. Los que no han vivido entre los
leoneses no lo entenderán en toda su dimensión.
Tierra y hombres se confunden. El
tórrido sol veraniego cuartea la tierra y la cara de las personas. El crudo
invierno penetra en los huesos y, en las primeras horas de la mañana, hasta el
más plantado tiembla. Un poco de orujo y un trozo de tocino del día antes,
ayuda.
A quien no le gusten los libros
con sentimiento que no se acerque a este. No pierda el tiempo.
No es la primera vez que Julio Llamazares
habla del desarraigo de las gentes, y de él mismo, al ver como el embalse del
Porma anegaba sus pueblos – su Vegamián -. Domingo, el patriarca de las voces
que se alzan en el libro, es un todo con ese pantano. Ambos son el nexo que
provocan sentimientos muy similares en todos ellos, aunque con los matices que
aportan las diversas edades, lugares de residencia o nacimiento. Las voces,
interiores, son tiernas, comprensivas. La única voz discordante, la de Jesús,
tampoco chirría – la acepto sin estridencias -.
La narración es afable. Ni la
situación – entregar las cenizas de Domingo al pantano, a su pueblo anegado –
ni la crítica existente hicieron que pasase las hojas con tristeza o con
rencor.
Este pantano me queda muy lejos
en mi memoria personal, pero en la colectiva sigue presente gracias a Juan
Benet.
Otra cosa es el pantano de Riaño
– también leonés -. Su construcción formó parte de mi vida. Fue todo un
acontecimiento y generó protestas vecinales importantes. Este no fue inaugurado
a bombo y platillo como lo hacía el dictador. Gobernaban los socialistas.
Policía y militares tuvieron que intervenir para poder desalojar a los
moradores de esos parajes.
Familias como la de Domingo
fueron expulsadas, exiliadas. Presa abajo, otros duros agricultores se
beneficiaron de su tragedia.
Veo a mis tíos, moradores de la
ribera del Órbigo, convirtiendo cascajales en tierras de cultivo gracias a las
lágrimas de todos los Domingos y Virginias. El dolor de unos convertido en dura
alegría de otros.
Quienes no trabajamos la tierra
nos cuesta aceptar el apego que le tienen quienes han vivido de ella toda la
vida. Las tierras de León son duras, lo han sido mucho más, y es más que una
querencia económica, es su vida. Horas, años de sudor - para pocos beneficios
- generan un amor especial por esos
pequeños trozos de tierra.
Domingo me ha recordado a mi
abuelo Víctor. Lo veo rememorando cada una de sus escasas fincas. Sus piernas
eran un lastre que le impedían acercarse a ellas, pero en su memoria estaban
presentes. Eran su orgullo de hombre duro, conmigo, su nieto, siempre cariñoso.
Tal vez se pueda resumir el libro
en una frase: “Al final va a ser verdad que todo se reduce a unas imágenes, a
unos paisajes que nos marcaron, a unas personas que nos acompañarán por siempre
incluso cuando ya no estemos en este mundo para recordarlas”.
Julio Llamazares y su mirada al agua by Santiago Pérez Fernández is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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