Estos niños no te enternecerán.
No admitirán una caricia. Robarán. Matarán. Son niños. No los entenderás. Te
asustarán. No los querrás. Son niños. Morirán. Treinta y dos morirán.
Desde el inicio sabremos el final
de República luminosa, la novela de
Andrés Barba. No importa, tras 192 páginas nos quedarán muchas dudas y no sé sí
temores.
República luminosa ha sido la ganadora del XXXV Premio Herralde de
Novela. Los hechos transcurren en San
Cristóbal, ciudad tropical sudamericana bañada por el río Eré.
Un momento, aclaración: no tengo
ni idea si existe el río Eré. San Google acude en mi ayuda. Busco y sorpresa: “Esta página presenta los datos de nombres geográficos
para Río Eré en Perú, suministrada por la inteligencia militar de EE.UU. en
formato electrónico…”. Ni un comentario más, no vaya a ser… ¡Te estamos viendo!
¡Sabemos lo que haces!
Me resulta difícil no enmarcar la
novela dentro del realismo mágico. ¿Era esa la intención de Barba? Ni idea.
Parecer lo parece.
La novela está plagada de frases
que podríamos aplicarnos, aquí, ahora, no en un San Cristóbal imaginario. Desde
luego es una manipulación descarada por mí parte, pero vean y después me dirán:
“…sería inútil convencerlos de
que no se trata tanto de que aprecien la libertad como de que no crean tan
ingenuamente en la justicia”. Vaya.
Sigo: “La palabra “robo”, la
palabra “ladrón”, la palabra “asesinato”. Estamos rodeados de palabras que
hemos pronunciado hasta ahora en susurros. Nombrar es otorgar un destino,
escuchas es obedecer”. Vaya, vaya.
Más todavía, y continúo sacando
de contexto: “…exponer primero una situación ya desbocada, ofrecer para ella
una solución inalcanzable y acusar como responsable de todo al adversario
político”. Vaya ¿les suena?
Aún hay más: “Habíamos aprendido
a hacer cosas con la mano derecha sin que lo supiera la mano izquierda, y al
hacerlo no solo nos habíamos dado cuenta de que no nos resultaba tan difícil,
sino de algo aún mas terrible: que no nos sentíamos tan mal al fin y al cabo”.
Vaya ¿a quién se lo podemos aplicar?
Perdónenme pero aquí va otra: “Y,
al fin y al cabo, ¿es que acaso podemos fiarnos tanto de lo que vemos –cómo
suele decirse tan pomposamente- con nuestros propios ojos? Vale, pues va ser
que no.
Reitero mis excusas por el
atropello, pero no me digan que no nos vienen al pelo.
La narración me atrapó. El
misterio de la muerte de los 32 niños se va desvelando poco a poco. La historia
nos la cuenta, veinte años después, uno de los protagonistas. Las incógnitas iniciales se
mantienen hasta el final. Realmente sólo nos desvela cómo murieron los niños, el
resto de los interrogantes quedan sin resolver, y son muchos.
Son niños y, sin embargo,
desconciertan a los adultos: “Algunos testigos aseguran que eran un poco
mayores, de unos doce o trece años, otros que no jugaban, sino que discutían, y
todas las apreciaciones acaban haciendo referencia antes o después, con
perplejidad, a un mismo punto: la ausencia de un jefe…”
Los niños esos grandes
desconocidos hasta para los padres: “El cuerpo emana sus sentimientos, solo hay
que estar lo bastante cerca para percibirlos, pero no siempre es fácil saber a
qué se deben los cambios de humor de los niños: una mirada que se produjo el
viernes –convenientemente cocinada en una imaginación infantil- puede producir
una crisis una semana más tarde. Los silencios prolongados, las faltas de
apetito, el retraimiento ante costumbres que habían producido alegría…. pueden
responder a algo perfectamente banal o a cosas muy serias, y esa ambivalencia suele
generar en todos los padres un estado de alerta constante que no se entiende
cuando se tiene un hijo”.
El río y la selva están muy
presentes. El primero, tal vez, como una barrera física pero también psicológica.
La segunda, tal vez, es ese lugar de nuestros propios pensamientos que nos da miedo.
Niños y muerte. Terrible y en
manos de Andrés Barba no deja de serlo pero se aleja de cualquier atisbo de
truculencia. Sí produce desasosiego, inquietud, ansia por llegar al final para
descubrir la verdad, una verdad que se nos esconde. Tal vez –muchos tal vez-
tengamos que descubrirla cada uno en nuestro interior.
Se lo recomiendo. Me gustó. La
historia les enganchará y les hará pensar. Oiga, también es una novela
entretenida, ese término maldito para referirse a un libro y por el cual pido
también perdón. Aunque bien pensado eso de leer con dolor no tiene que ser muy
agradable. Sufrimiento y lectura no son sinónimos. Los buenos libros son
también entretenidos, menos el Ulises de Joyce y algunos más. Hereje, que soy
un hereje.
En su biblioteca pública o librería preferida lo encontrarán.
Una República luminosa con muchas sombras by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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