Estamos asistiendo a los últimos
estertores de una profesión, la minera. La agonía viene de lejos y el fatal
desenlace parece imparable.
La imagen de los mineros ha
cambiado. Me refiero a los de hoy, a los de los últimos años. Avanzados los
años ochenta del siglo pasado algo se rompió. No voy a entrar en ello.
Recuerdo a aquellos mineros de
los años 60 y 70 del siglo XX. Mi tío Luis fue uno de ellos. Trabajó en el pozo
Entrego, también repartió vales de carbón por toda la Cuenca. Vivió en Bédavo con su familia, la mía. Con él
vi como eran los mineros fuera de la mina. El trabajo y el pozu eran otra cosa que no conocí nada más que por comentarios y
lecturas.
No me olvido de mi tío Juan
Manuel, también minero. Mi tía Carmina y Juanma con sus hijos vivían en
Caborana. Bajo sus pobladas cejas los párpados llevaban la línea negra del
minero.
Aquellos mineros me gustaban.
Sinceros, directos, fuertes, bravucones, con dos cojones - ¡uy! esto no se
puede decir - Me prestaba oírlos en los chigres
hablar de sus cosas. ¡La de cagamentos
que aprendí! La sidra, pinta de vino o cubalibre, siempre en plural, en
ocasiones se amenizaba con cantares. La tonada se mantuvo en aquellos bares.
¡Qué cantidad de recuerdos! Me
vienen ahora a la cabeza los baños en La Chalana o subir el Puerto de Tarna
para llegar a ver las obras del embalse de Riaño. No se me olvidan las cenas de
Nochebuena en Bédavo o que el 23F
me pilló en el cine en Sama.
Todo esto y mucho más lo evoqué
al leer Los niños de humo de Aitana
Castaño y Alfonso Zapico.
Aitana Castaño y Alfonso Zapico
son hijos “de esas luchas, de esos esfuerzos, de esos caracteres y esos cuerpos
ennegrecidos, y los conocemos de cerca, sabemos que no es carbón todo lo que
reluce y relució en las cuencas mineras”. Tienen toda la razón. Yo conocí esa
realidad, ellos la vivieron. Ambos son jóvenes y han recogido parte de lo que
les han contado o han oído. “Pero, como herederos suyos que somos, tenemos la
responsabilidad de contarlo”.
Lo han contado, una con palabras,
el otro con dibujos y de la conjunción ha resultado un libro evocador y tierno.
Entiéndase lo de tierno como cariñoso o afectuoso, lo cual no le resta dureza a
lo narrado. Son más de treinta relatos cortos, no los he contado, que dan para mucho.
La brevedad de las narraciones no les quita intensidad ni emoción, al
contrario, en algunos casos las concentra. Las ilustraciones de Alfonso Zapico
complementan a la perfección los textos, me resultaron muy cercanas y apegadas
a la realidad.
Me lo leí despacio pero de un
tirón. Me gustó y se lo recomiendo.
No se trata de una idealización,
por favor, no se engañen. Repito que es duro, no se dejen llevar por la primera
impresión o la apariencia. La vida en la mina no fue fácil, como tampoco lo fue
en las cuencas mineras. Mucha gente lo pasó muy mal y la dictadura se cebó con
esas gentes. Partan de esa puñetera realidad y le darán todo el sentido al
libro. Y esto lo digo para los más jóvenes, sí alguno lee esto y le apetece
acercarse a Los niños de humo, luego
espero que vayan a libros de Historia.
Acérquense a su biblioteca
pública o librería preferida y léanlo, les va a gustar.
La ternura de Los niños de humo by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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