30 dic 2018

La ternura de Los niños de humo


Estamos asistiendo a los últimos estertores de una profesión, la minera. La agonía viene de lejos y el fatal desenlace parece imparable.

La imagen de los mineros ha cambiado. Me refiero a los de hoy, a los de los últimos años. Avanzados los años ochenta del siglo pasado algo se rompió. No voy a entrar en ello.

Recuerdo a aquellos mineros de los años 60 y 70 del siglo XX. Mi tío Luis fue uno de ellos. Trabajó en el pozo Entrego, también repartió vales de carbón por toda la Cuenca.  Vivió en Bédavo con su familia, la mía. Con él vi como eran los mineros fuera de la mina. El trabajo y el pozu eran otra cosa que no conocí nada más que por comentarios y lecturas.

No me olvido de mi tío Juan Manuel, también minero. Mi tía Carmina y Juanma con sus hijos vivían en Caborana. Bajo sus pobladas cejas los párpados llevaban la línea negra del minero.

Aquellos mineros me gustaban. Sinceros, directos, fuertes, bravucones, con dos cojones - ¡uy! esto no se puede decir - Me prestaba oírlos en los chigres hablar de sus cosas. ¡La de cagamentos que aprendí! La sidra, pinta de vino o cubalibre, siempre en plural, en ocasiones se amenizaba con cantares. La tonada se mantuvo en aquellos bares.

¡Qué cantidad de recuerdos! Me vienen ahora a la cabeza los baños en La Chalana o subir el Puerto de Tarna para llegar a ver las obras del embalse de Riaño. No se me olvidan las cenas de Nochebuena en Bédavo o que el 23F me pilló en el cine en Sama.

Todo esto y mucho más lo evoqué al leer Los niños de humo de Aitana Castaño y Alfonso Zapico.

Aitana Castaño y Alfonso Zapico son hijos “de esas luchas, de esos esfuerzos, de esos caracteres y esos cuerpos ennegrecidos, y los conocemos de cerca, sabemos que no es carbón todo lo que reluce y relució en las cuencas mineras”. Tienen toda la razón. Yo conocí esa realidad, ellos la vivieron. Ambos son jóvenes y han recogido parte de lo que les han contado o han oído. “Pero, como herederos suyos que somos, tenemos la responsabilidad de contarlo”.

Lo han contado, una con palabras, el otro con dibujos y de la conjunción ha resultado un libro evocador y tierno. Entiéndase lo de tierno como cariñoso o afectuoso, lo cual no le resta dureza a lo narrado. Son más de treinta relatos cortos, no los he contado, que dan para mucho. La brevedad de las narraciones no les quita intensidad ni emoción, al contrario, en algunos casos las concentra. Las ilustraciones de Alfonso Zapico complementan a la perfección los textos, me resultaron muy cercanas y apegadas a la realidad.

Me lo leí despacio pero de un tirón. Me gustó y se lo recomiendo.

No se trata de una idealización, por favor, no se engañen. Repito que es duro, no se dejen llevar por la primera impresión o la apariencia. La vida en la mina no fue fácil, como tampoco lo fue en las cuencas mineras. Mucha gente lo pasó muy mal y la dictadura se cebó con esas gentes. Partan de esa puñetera realidad y le darán todo el sentido al libro. Y esto lo digo para los más jóvenes, sí alguno lee esto y le apetece acercarse a Los niños de humo, luego espero que vayan a libros de Historia.

Acérquense a su biblioteca pública o librería preferida y léanlo, les va a gustar.

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