Cuando mi padre tenía cuarenta
años me parecía mayor, siempre me lo pareció. Tenía veintitrés cuando nací.
Ahora que alcanzo la edad en la que murió me resulta difícil hacerme a la idea.
Lo recuerdo más viejo de lo que me veo a mí. Paradojas de la vida y autoengaño.
Hay signos inequívocos del paso
del tiempo. Comienzan con pequeños detalles. Unos dolores musculares que
aparecen sin ton ni son. Huesos que crujen. Pelos dónde nunca los hubo. Pérdida
de pelo dónde siempre lo hubo. Pequeñas arrugas que se convierten en surcos.
Piel colgante y con manchas. La gravedad que hace estragos con ciertas partes.
Lo dulce nos encanta. La lista es larga.
A pesar de todo, nos seguimos
engañando cada mañana ante el espejo. Frente a ese maldito reflejo veo un largo
camino recorrido y ya atisbo la meta. No me engaño, antes llegará la
decrepitud.
Hoy no tengo miedo, mañana… Ni
soy pesimista ni me siento derrotado. Nada de eso. He visto cómo muchos se han
ido. Ven, otro signo del paso del tiempo. Recuerdo a mis muertos. Aquellos a
quienes conocí, a los que fueron amigos, a los familiares, esos que perviven en
mi memoria y que son fantasmas amigos. ¡Qué selectivos son los recuerdos!
No, no voy a repasar mi vida. Es
mía y sólo mía. Lo que se ve, e incluso lo que digo, es una parte, el resto es
como un iceberg. Hay sentimientos, pensamientos que no se hacen públicos jamás,
unos por pudor otros por vergüenza.
Tengo una buena vida. Los últimos
años han sido muy duros, pero aquí sigo. La vida es cojonuda para los que nos
nacieron por estas latitudes y las cosas no nos han ido mal.
En este ya largo camino he
conocido buena gente y cabrones, cómo todos. La buena gente la recuerdo, a los
cabrones también.
Mientras mi cerebro permanece en
una madurez ideal mi cuerpo chirría. Uno y otro se van separando hasta no
reconocerse. La adaptación cerebral a la corporal es una guerra perdida, gana
el cuerpo.
El recorrido me ha deparado
tantas cosas que no sé si las he disfrutado lo suficiente. Lo he intentado.
Ahora, que voy a ritmo cansino, me deleitaré en el devenir.
Sigo marcándome objetivos. No
pienso hacer una revisión de lo vivido. Nunca lo haré. Ya. Tendré sueños
felices sin que nada me perturbe. Desde luego. La vida me sonreirá. Faltaría
más, me lo merezco. Va a ser la leche. Sí, seguro. En fin.
Cumplo años, los mismos que tenía
mi padre cuando murió. Estoy vivo.
Un abrazo, Santi.
ResponderEliminarUna reflexión muy hermosa.
Natalia.