29 sept 2021

En defensa de una cruel tradición

 

 

 


Plaza de toros de Ronda

 Los seres humanos somos gregarios. No seríamos capaces de vivir en soledad, nos unen muchas cosas, entre ellas las tradiciones. Ahora bien, estas, las tradiciones, no se han mantenido inamovibles. Unas han desaparecido, otras adaptado a los usos y costumbres actuales y otras perviven tal cual tras muchos siglos de existencia.
  Hablemos de las últimas, pero antes de nada permítanme que recoja la definición de «tradición» que da la RAE (Real Academia Española): «Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación» Tiene más acepciones pero creo que con esta es suficiente.
  ¿Toda tradición es lícita? Creo que no, pero claro, eso va por barrios. Hay costumbres que se han ido perdiendo por su inadecuación a la forma de pensar más generalizada en un país, pongamos por caso. Hoy creo que a la mayoría de las personas nos parecen una crueldad inaceptable las peleas de perros. Se siguen haciendo en la clandestinidad. Las de gallos, aún siendo igual de crueles, están legalizadas en Andalucía y Canarias con ciertas limitaciones.
  Hasta no hace mucho se descalabraban cabras desde campanarios o se arrancaban los cuellos de gansos o gallos atados por las patas y colgados de una cuerda. ¿No lo vieron nunca? Yo sí, hace años. El pobre bicho estaba colgado por las patas, cabeza abajo, de una cuerda atada entre dos postes resistentes a la altura que un jinete montado en un caballo pudiera cogerlo con la mano. Lanzados al galope los mozos agarraban al animal del pescuezo y tiraban de él con todas las ganas. La finalidad era descabezarlo. Los más envalentonados de los mozos llegaban a colgarse, literalmente, de la cabeza del animal y allí permanecían un buen rato, hasta que no podían aguantar más. No era fácil arrancarles la cabeza. Así una y otra vez. Finalmente, y tras un largo calvario, la cabeza era arrancada. El glorioso triunfador se llevaba como trofeo al animal decapitado y en algunos casos alguna botella de coñac. Una gran proeza alabada y aplaudida por el respetable. La tradición era bien aceptada por todo el mundo, era la fiesta del pueblo y había que celebrarlo por todo lo alto.
  Hace unos pocos años esta bárbara costumbre seguía manteniéndose en algunos pueblos de España. Encontré una noticia de 2017 en la que se decía que en pueblo de Toledo – voy a omitir el nombre - se seguía manteniendo la tradición de arrancar el cuello a 21 gansos colgados. Los vecinos se negaban a terminar con esa cruel tradición.
  Lo dicho, para la mayoría de los ciudadanos de este solar patrio llamado España esas tradiciones nos resultan crueles e innecesarias. Entonces ¿qué pasa con los toros?
  Pues nada, ¡qué va a pasar! Es, además de una tradición, un arte y por eso hay que defender las corridas de toros. Eso alegan los defensores de tamaña crueldad. Defienden esa tortura con matanza final con verbo aguerrido. Apelan a la tradición, cómo queda dicho, y también a que de no existir las corridas el toro bravo ya habría desaparecido. Los argumentos no pueden ser más débiles a la par que inhumanos. ¿Qué arte o placer se puede obtener de ver cómo muere un animal? Desde luego sus defensores nos recordarán, faltaría más, que somos carnívoros y matamos animales para comer.
  La última escaramuza de los pro corridas de toros se produjo el pasado mes de agosto en Asturias. Seguirán dando la matraca. El motivo fue la anulación del festival taurino en Gijón. Creo que es de sobra conocido. En ese mismo mes se prohibió una novillada en Cangas de Onís. Las huestes carpetovetónicas y trabucaires salieron a la palestra a criticar a la alcaldesa de Gijón y alcalde de Cangas, incluso algunos se desplazaron desde la villa y corte de Madrid. No tuvieron ningún empacho en afirmar que era una prohibición ideológica. Pues no digo yo que no, pero ante todo me parece una decisión humana, lo contrario me resulta cruel, salvaje y por lo tanto inhumano.
  La derecha, PP y Ciudadanos, junto a la extrema derecha apoyan la tauromaquia, así se desprende de lo que hacen en Madrid donde los tres grupos municipales están dando pasos para que los toros sean un «servicio público cultural y de promoción del turismo» dentro de un plan que elaboran Almeida y Ayuso para promocionar la tauromaquia.
  En Asturias, la presidenta del PP, Teresa Mallada prometió que si su partido llega a gobernar en Gijón los toros volverán. Por su parte el alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli, del Partido Popular, manifestó que mientras el sea el regidor municipal no habrá toros en la ciudad. Pues no me extraña, en la capital asturiana no hay plaza de toros. Bueno, sí la hay pero está en ruinas.
  En fin, por mucho que se empeñen las corridas de toros son una muestra de barbarie. Se mete a un toro en una plaza, se le pica y empieza a chorrear sangre. No hay prisa en continuar, cuanto más se le pica más sangra y más fuerza pierde. Pero claro, el toro es un animal bravo y por si acaso se le ponen banderillas, bien clavadas ¿para qué? pues para sangrarlo aún más. Cuando el torero comienza la faena el pobre animal no está para mucho. Cada minuto que pasa pierde más sangre, cada vez tiene menos trapío. Cómo se entretenga mucho el torero se le muere el animal. Sí el torero en la suerte de matar, término horripilante donde los haya, no tiene un buen día realizará una escabechina. Hasta el último suspiro el toro sufre. Sufre para deleite de un público enfervorecido con el olor de la sangre.
  Lo del dinero que hay detrás vamos a dejarlo. Dinero manchado de sangre.
 Las corridas de toros nos alejan de la humanidad y sacan al animal que llevamos dentro. Toda la Historia intentando evolucionar como individuos y sociedad y hay quienes quieren volver a la Edad Media. ¡Y se llaman civilizados!

 

 

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