Plaza de toros de Ronda
Los seres humanos somos
gregarios. No seríamos capaces de vivir en soledad, nos unen muchas cosas,
entre ellas las tradiciones. Ahora bien, estas, las tradiciones, no se han
mantenido inamovibles. Unas han desaparecido, otras adaptado a los usos y
costumbres actuales y otras perviven tal cual tras muchos siglos de existencia.
Hablemos de las últimas, pero
antes de nada permítanme que recoja la definición de «tradición» que da la RAE
(Real Academia Española): «Transmisión de noticias, composiciones literarias,
doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación» Tiene
más acepciones pero creo que con esta es suficiente.
¿Toda tradición es lícita? Creo
que no, pero claro, eso va por barrios. Hay costumbres que se han ido perdiendo
por su inadecuación a la forma de pensar más generalizada en un país, pongamos
por caso. Hoy creo que a la mayoría de las personas nos parecen una crueldad
inaceptable las peleas de perros. Se siguen haciendo en la clandestinidad. Las
de gallos, aún siendo igual de crueles, están legalizadas en Andalucía y Canarias
con ciertas limitaciones.
Hasta no hace mucho se
descalabraban cabras desde campanarios o se arrancaban los cuellos de gansos o
gallos atados por las patas y colgados de una cuerda. ¿No lo vieron nunca? Yo
sí, hace años. El pobre bicho estaba colgado por las patas, cabeza abajo, de
una cuerda atada entre dos postes resistentes a la altura que un jinete montado
en un caballo pudiera cogerlo con la mano. Lanzados al galope los mozos
agarraban al animal del pescuezo y tiraban de él con todas las ganas. La
finalidad era descabezarlo. Los más envalentonados de los mozos llegaban a
colgarse, literalmente, de la cabeza del animal y allí permanecían un buen rato,
hasta que no podían aguantar más. No era fácil arrancarles la cabeza. Así una y
otra vez. Finalmente, y tras un largo calvario, la cabeza era arrancada. El
glorioso triunfador se llevaba como trofeo al animal decapitado y en algunos
casos alguna botella de coñac. Una gran proeza alabada y aplaudida por el
respetable. La tradición era bien aceptada por todo el mundo, era la fiesta del
pueblo y había que celebrarlo por todo lo alto.
Hace unos pocos años esta bárbara
costumbre seguía manteniéndose en algunos pueblos de España. Encontré una
noticia de 2017 en la que se decía que en pueblo de Toledo – voy a omitir el
nombre - se seguía manteniendo la tradición de arrancar el cuello a 21 gansos
colgados. Los vecinos se negaban a terminar con esa cruel tradición.
Lo dicho, para la mayoría de los
ciudadanos de este solar patrio llamado España esas tradiciones nos resultan
crueles e innecesarias. Entonces ¿qué pasa con los toros?
Pues nada, ¡qué va a pasar! Es,
además de una tradición, un arte y por eso hay que defender las corridas de
toros. Eso alegan los defensores de tamaña crueldad. Defienden esa tortura con
matanza final con verbo aguerrido. Apelan a la tradición, cómo queda dicho, y
también a que de no existir las corridas el toro bravo ya habría desaparecido.
Los argumentos no pueden ser más débiles a la par que inhumanos. ¿Qué arte o
placer se puede obtener de ver cómo muere un animal? Desde luego sus defensores
nos recordarán, faltaría más, que somos carnívoros y matamos animales para
comer.
La última escaramuza de los pro
corridas de toros se produjo el pasado mes de agosto en Asturias. Seguirán
dando la matraca. El motivo fue la anulación del festival taurino en Gijón.
Creo que es de sobra conocido. En ese mismo mes se prohibió una novillada en
Cangas de Onís. Las huestes carpetovetónicas y trabucaires salieron a la
palestra a criticar a la alcaldesa de Gijón y alcalde de Cangas, incluso
algunos se desplazaron desde la villa y corte de Madrid. No tuvieron ningún
empacho en afirmar que era una prohibición ideológica. Pues no digo yo que no,
pero ante todo me parece una decisión humana, lo contrario me resulta cruel,
salvaje y por lo tanto inhumano.
La derecha, PP y Ciudadanos,
junto a la extrema derecha apoyan la tauromaquia, así se desprende de lo que
hacen en Madrid donde los tres grupos municipales están dando pasos para que
los toros sean un «servicio público cultural y de promoción del turismo» dentro
de un plan que elaboran Almeida y Ayuso para promocionar la tauromaquia.
En Asturias, la presidenta del
PP, Teresa Mallada prometió que si su partido llega a gobernar en Gijón los
toros volverán. Por su parte el alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli, del Partido
Popular, manifestó que mientras el sea el regidor municipal no habrá toros en
la ciudad. Pues no me extraña, en la capital asturiana no hay plaza de toros.
Bueno, sí la hay pero está en ruinas.
En fin, por mucho que se empeñen
las corridas de toros son una muestra de barbarie. Se mete a un toro en una
plaza, se le pica y empieza a chorrear sangre. No hay prisa en continuar, cuanto
más se le pica más sangra y más fuerza pierde. Pero claro, el toro es un animal
bravo y por si acaso se le ponen banderillas, bien clavadas ¿para qué? pues
para sangrarlo aún más. Cuando el torero comienza la faena el pobre animal no
está para mucho. Cada minuto que pasa pierde más sangre, cada vez tiene menos
trapío. Cómo se entretenga mucho el torero se le muere el animal. Sí el torero
en la suerte de matar, término horripilante donde los haya, no tiene un buen
día realizará una escabechina. Hasta el último suspiro el toro sufre. Sufre
para deleite de un público enfervorecido con el olor de la sangre.
Lo del dinero
que hay detrás vamos a dejarlo. Dinero manchado de sangre.
Las corridas
de toros nos alejan de la humanidad y sacan al animal que llevamos dentro. Toda
la Historia intentando evolucionar como individuos y sociedad y hay quienes
quieren volver a la Edad Media. ¡Y se llaman civilizados!
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