17 dic 2021

Niños a los que es fácil engañar

 

 

 


  ¿Somos cómo niños a los que es fácil engañar? Y me refiero en política. Pues según Basilio, el Hipopótamo, lo somos.
  Se lo aclaro.
 Basilio es periodista. Lo contrataron para escribir los discursos de Amelia Tomás, candidata por un partido conservador. Le llaman el Hipopótamos por su peso, 119 kilos. Además de gordo está calvo y tiene gafas. Todo ello lo lleva con orgullo, forman parte de su identidad nada ajustada a clichés.
  Basilio es el protagonista  de Queridos niños, la última novela de David Trueba.
  A lo largo de 452 páginas Basilio narra, en segunda persona, el periplo que realizan en la campaña electoral en la que Amelia aspira a la presidencia de España. Un recorrido que a la par que nos muestra las estrategias electorales realizamos un viaje turístico y gastronómico.
  El tono de la narración es humorístico, sarcástico pero no se aleja de la realidad. Si han participado en los entresijos de alguna campaña electoral comprobarán que Queridos niños describe muy bien los «trafullos» que se realizan. Todo lo que sea por ganar.
 Basilio es un cínico, no se sabe si por conservador o al contrario, inteligente, descreído y sin apego por nadie o nada, excepto por Amelia. Es excesivo en todo, en comer, beber o decir lo que piensa de forma muy directa e incluso brusca. Normalmente es un borracho solitario y casero. Mantiene una relación nada edificante con Erlinda, la mujer que atiende su casa. La mala leche se aprecia en los nombres con los que se refiere al partido que lo contrató, Los Cuervos, o a los contrincantes de Amelia: el Mastuerzo, el general Cojo. Los medios de comunicación tampoco se libran y así se refiere a El Mal, La Mano amiga o Pis&caca. Apodos muy valleinclanescos.
  Sus Queridos niños no somos otros que los votantes. El Hipopótamo tiene muy clara cual es su función: «Caramelos. Les vamos a dar caramelos, que es lo que les gusta a mis queridos niños» (pág. 15). Y vaya sí los da. No se anda con tapujos en sus afirmaciones: «Los fieles a las esencias de los partidos son sus votantes, no sus integrantes» (pág. 38). ¿Ese aserto no se ajusta a la realidad?
 En la novela se cuentan algunos acontecimientos políticos que son reales y que fácilmente se reconocen. Incluso hay argumentos que se ajustan a lo que escuchamos a la derecha y extrema derecha y si no vean: «Vamos a rebajar el impuesto de sucesiones, el impuesto de patrimonio, el impuesto a la riqueza, porque fulmina el mejor espíritu de una sociedad competitiva. Sencillamente vamos a gastar menos, ya está bien de que el Estado sea una losa para las economías familiares» (pág. 238). En la novela, al igual que en la realidad, dicen estas cosas quienes consideran que el Estado y sobre todo sus presupuestos son su patrimonio personal y lo esquilman sin pudor ni vergüenza.
  El cinismo tiene momentos estelares como cuando dice: «La izquierda –dijo- es necesaria en el poder en momentos puntuales. La reconversión, la crisis, la protesta necesitan de su gobierno para ser aplacadas. El resto del tiempo, España es un país conservador y de orden, orgulloso de su hogareña paz callada. Si perdemos las elecciones es por culpa nuestra o porque alguien en la izquierda es tan inteligente que se convierte en una derecha más pragmática. Hay que ser burros para no aprovechar la ventaja que nos concede este país» (pág. 79). Ahí lo tienen, oro puro.
  Soy de los que sostienen que el machaque publicitario sobre el individualismo está causando estragos en nuestra sociedad. En este sentido hay dos afirmaciones que considero que son poco discutibles. La primera: «La colectividad ha sido desacreditada. La conciencia de grupo es un lujo que la gran mayoría no puede permitirse. Esa es la gran complejidad, que el deseo de triunfo personal pasa por encima de todo» (pág. 156). La segunda: «A mis queridos niños les importaba cada vez menos el interés común, y si lo confrontabas con sus minúsculos intereses particulares, entonces se convertían en agresivos defensores de lo propio frente a cualquier causa general» (pág. 384). Podrán parecer dos afirmaciones muy tajantes e incluso insolentes, y sin embargo, son ciertas.
  Basilio es un tipo que quiso vencer la fatalidad con la indeferencia, cómo él dice, le resulta práctico, aunque no esté orgulloso de ello. Tiene su corazoncito y así lo demuestra con el aprecio que siente por Amelia, aunque no es tan puro cómo él quisiera.
  Amelia es una recién llegada a la política y aún no está quemada, pero no deja de ser una incógnita para el futuro. Poco a poco va perdiendo la inocencia inicial y el final queda abierto a un posible cambio.
  El resto de los personajes contribuyen a fotografiar las interioridades de una campaña electoral, cada uno con sus miserias y ambiciones. La caravana electoral conforma una pequeña tribu de cínicos y mentirosos que solo tienen un objetivo, ganar. Tras ellos va otra caravana no menos cínica, integrada por aprovechados, mentirosos y gentes sin escrúpulos, los periodistas. No lo digo yo, aunque leyendo y escuchando a alguno se ajustan a ese perfil.
  Queridos niños es una fotografía, por lo tanto muy realista, del mundo de la política y todo lo que le rodea. Puede parecer exagerado, histriónico, pero párense un momento y piensen en los casos de corrupción que conocemos, las mentiras que nos cuentan, los desmanes que comenten «nuestros» políticos y al final llegaremos a la conclusión de que de exagerado nada.
  El tono sarcástico hizo que Queridos niños me resultara digerible, en otro caso sería como ponerme frente a un espejo en el que vería a un gilipollas. Me gustó.
  Acérquense a sus bibliotecas públicas y, si el presupuesto lo permite, lo podrán encontrar en ellas. En todo caso las bibliotecas siempre se merecen una visita, en ellas tienen el placer al alcance de su mano.



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