¿Somos cómo niños a los que es fácil
engañar? Y me refiero en política. Pues según Basilio, el Hipopótamo, lo somos.
Se lo aclaro.
Basilio es periodista. Lo
contrataron para escribir los discursos de Amelia Tomás, candidata por un
partido conservador. Le llaman el Hipopótamos por su peso, 119 kilos. Además de
gordo está calvo y tiene gafas. Todo ello lo lleva con orgullo, forman parte de
su identidad nada ajustada a clichés.
Basilio es el protagonista de Queridos
niños, la última novela de David Trueba.
A lo largo de 452 páginas Basilio
narra, en segunda persona, el periplo que realizan en la campaña electoral en
la que Amelia aspira a la presidencia de España. Un recorrido que a la par que
nos muestra las estrategias electorales realizamos un viaje turístico y
gastronómico.
El tono de la narración es humorístico,
sarcástico pero no se aleja de la realidad. Si han participado en los
entresijos de alguna campaña electoral comprobarán que Queridos niños describe muy bien los «trafullos» que se realizan.
Todo lo que sea por ganar.
Basilio es un cínico, no se sabe
si por conservador o al contrario, inteligente, descreído y sin apego por nadie
o nada, excepto por Amelia. Es excesivo en todo, en comer, beber o decir lo que
piensa de forma muy directa e incluso brusca. Normalmente es un borracho
solitario y casero. Mantiene una relación nada edificante con Erlinda, la mujer
que atiende su casa. La mala leche se aprecia en los nombres con los que se
refiere al partido que lo contrató, Los Cuervos, o a los contrincantes de
Amelia: el Mastuerzo, el general Cojo. Los medios de comunicación tampoco se
libran y así se refiere a El Mal, La Mano amiga o Pis&caca. Apodos muy valleinclanescos.
Sus Queridos niños no somos otros que los votantes. El Hipopótamo tiene
muy clara cual es su función: «Caramelos. Les vamos a dar caramelos, que es lo
que les gusta a mis queridos niños» (pág. 15). Y vaya sí los da. No se anda con
tapujos en sus afirmaciones: «Los fieles a las esencias de los partidos son sus
votantes, no sus integrantes» (pág. 38). ¿Ese aserto no se ajusta a la
realidad?
En la novela se cuentan algunos
acontecimientos políticos que son reales y que fácilmente se reconocen. Incluso
hay argumentos que se ajustan a lo que escuchamos a la derecha y extrema
derecha y si no vean: «Vamos a rebajar el impuesto de sucesiones, el impuesto
de patrimonio, el impuesto a la riqueza, porque fulmina el mejor espíritu de
una sociedad competitiva. Sencillamente vamos a gastar menos, ya está bien de
que el Estado sea una losa para las economías familiares» (pág. 238). En la
novela, al igual que en la realidad, dicen estas cosas quienes consideran que
el Estado y sobre todo sus presupuestos son su patrimonio personal y lo
esquilman sin pudor ni vergüenza.
El cinismo tiene momentos
estelares como cuando dice: «La izquierda –dijo- es necesaria en el poder en
momentos puntuales. La reconversión, la crisis, la protesta necesitan de su
gobierno para ser aplacadas. El resto del tiempo, España es un país conservador
y de orden, orgulloso de su hogareña paz callada. Si perdemos las elecciones es
por culpa nuestra o porque alguien en la izquierda es tan inteligente que se
convierte en una derecha más pragmática. Hay que ser burros para no aprovechar
la ventaja que nos concede este país» (pág. 79). Ahí lo tienen, oro puro.
Soy de los que sostienen que el
machaque publicitario sobre el individualismo está causando estragos en nuestra
sociedad. En este sentido hay dos afirmaciones que considero que son poco
discutibles. La primera: «La colectividad ha sido desacreditada. La conciencia
de grupo es un lujo que la gran mayoría no puede permitirse. Esa es la gran
complejidad, que el deseo de triunfo personal pasa por encima de todo» (pág.
156). La segunda: «A mis queridos niños les importaba cada vez menos el interés
común, y si lo confrontabas con sus minúsculos intereses particulares, entonces
se convertían en agresivos defensores de lo propio frente a cualquier causa
general» (pág. 384). Podrán parecer dos afirmaciones muy tajantes e incluso
insolentes, y sin embargo, son ciertas.
Basilio es un tipo que quiso
vencer la fatalidad con la indeferencia, cómo él dice, le resulta práctico,
aunque no esté orgulloso de ello. Tiene su corazoncito y así lo demuestra con
el aprecio que siente por Amelia, aunque no es tan puro cómo él quisiera.
Amelia es una recién llegada a la
política y aún no está quemada, pero no deja de ser una incógnita para el
futuro. Poco a poco va perdiendo la inocencia inicial y el final queda abierto
a un posible cambio.
El resto de los personajes
contribuyen a fotografiar las interioridades de una campaña electoral, cada uno
con sus miserias y ambiciones. La caravana electoral conforma una pequeña tribu
de cínicos y mentirosos que solo tienen un objetivo, ganar. Tras ellos va otra
caravana no menos cínica, integrada por aprovechados, mentirosos y gentes sin
escrúpulos, los periodistas. No lo digo yo, aunque leyendo y escuchando a
alguno se ajustan a ese perfil.
Queridos niños es una fotografía, por lo tanto muy realista, del
mundo de la política y todo lo que le rodea. Puede parecer exagerado,
histriónico, pero párense un momento y piensen en los casos de corrupción que
conocemos, las mentiras que nos cuentan, los desmanes que comenten «nuestros»
políticos y al final llegaremos a la conclusión de que de exagerado nada.
El tono sarcástico hizo que Queridos niños me resultara digerible,
en otro caso sería como ponerme frente a un espejo en el que vería a un
gilipollas. Me gustó.
Acérquense a sus bibliotecas
públicas y, si el presupuesto lo permite, lo podrán encontrar en ellas. En todo
caso las bibliotecas siempre se merecen una visita, en ellas tienen el placer
al alcance de su mano.
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