No podían dejar pasar la
oportunidad. La descarbonización y la apuesta política por las energías
renovables han cargado las pilas a los empresarios y defensores de las
centrales nucleares con el argumento de que pueden ser un paso intermedio para
no quedar desabastecidos de energía eléctrica. Las presiones han llegado a la
Comisión Europea que pretende clasificar como verde a la energía nuclear y al
gas. El argumento que esgrimen es ese de ser necesarias en la transición hasta
llegar a una producción energética sin emisiones de CO2. Pero tranquilos, será así hasta el 2030, al
menos.
¿Es una decisión científica,
política o económica? Según a quienes les pregunten podrá ser cualquiera de
ellas e incluso las tres juntas. Soy de los que piensan que la razón principal
es económica, las políticas van a su remolque y las razones científicas se
manipulan, en ambos sentidos, a favor o en contra. No es una suposición
gratuita por mi parte, en el caso de Europa está muy claro. Alemania defiende
el gas, Francia la nuclear y España las renovables. Alemania apostó por
introducir en la lista verde de la Comisión Europea al gas y Francia a la
nuclear.
Los intereses económicos y políticos,
que van siempre de la mano, son clarísimos.
En esta polémica no debemos
olvidar que la Unión Europea apostó por las energías renovables y la
descarbonización total en 2050. En esa hoja de ruta establecieron reducir un 90
% el uso del gas natural en ese año. Ni nucleares ni gas entraban en la lista
de energías verdes. La consideración como «verdes» permitiría que accedieran a
financiaciones concretas que se detraerían a otras energías como la eólica o
solar.
Creíamos que la vida de las
nucleares estaba llegando a su fin, pues no, craso error. Hasta ahora la vida
útil de una central era de unos 40 años. En EEUU están empezando a alargar su
operatividad hasta los 80 años. En ese país el 90% de las nucleares ya pueden
operar durante 60 años. En Europa países como Francia, Suecia, Bélgica, Rusia,
Holanda o Suiza quieren prolongar la vida de sus centrales. En España, con unas
centrales nucleares muy viejas, finalizarán su actividad en 2035, cuando cierre
la de Trillo, en Guadalajara, que será la última que lo hará.
No parece muy complicado de
comprender que a más años más riesgos de fallos y accidentes.
Las razones para mantener activas
o construir más centrales nucleares, hay países como EEUU o Francia que están
en ello, es que al regular como verde la nuclear y el gas se frenará la
escalada de precios de la energía.
El argumento estrella de los que
están a favor es que la energía nuclear garantiza el abastecimiento eléctrico.
Luego le siguen que las centrales nucleares producen esa energía eléctrica de
forma constantes, reduce la dependencia energética exterior y no se producen
emisiones contaminantes. Dicho así parece muy bonito, pero no es toda la
verdad.
La discusión está garantizada, y
eso no es malo mientras sea civilizada. La controversia no es nueva, y lo digo
porque algunos piensan que el mundo existe desde que ellos están en él.
Tras la terrorífica constatación
de la potencia devastadora de la energía nuclear en Hiroshima y Nagasaki, fue a
partir de los años 50, del siglo pasado, cuando se empezó a pensar en la
generación de electricidad a partir de esa energía nuclear. En los años 70 y 80
hubo intensas discusiones por su utilización. Ya en aquellos años se afirmaba
que la decisión de producir energía eléctrica a partir de la nuclear era una
decisión política.
En 1978 en Austria, Bélgica y
Suiza se evitaron la construcción de centrales nucleares vía referéndum, ¡cómo
han cambiado las cosas! En esos años, finales de los 70 y principios de los 80
hubo manifestaciones multitudinarias en su contra en Francia y Alemania. En
Yugoslavia, en 1986, hubo movilizaciones contra la instalación de cuatro
centrales.
Aquellos tiempos han pasado y
hoy, tras un machaque mediático de años, las centrales nucleares no son vistas
cómo un serio peligro y han dejado de preocupar lo que pase con los residuos
radiactivos que generan. Y eso a pesar de los graves accidentes ocurridos.
Recordamos el de Chernóbil (Ucrania, entonces perteneciente a la Unión
Soviética) en 1986 y el de Fukushima I (Japón) en 2011, pero hubo más. En 1979
se produjo uno en Three Mile Island (Pensilvania, EEUU) más conocido por
Harrisburg, ciudad cercana a la central. En 1981 en Tsuruga (Japón) se produjo
una fuga de agua radioactiva. En 1987 Goiania (Brasil) fue el escenario de otro
accidente. En 1993 se produjo una explosión en una planta secreta de Tomsk-7 (Siberia-Rusia).
En 2004 hubo un escape en Mihama (Japón). En 2008 se produjo una fuga en Kushab
(Pakistán). En España, en 1989, tuvo lugar el accidente en la central de
Vandellós I, en Tarragona. Las medidas que exigió el Consejo de Seguridad
Nuclear (CSN) para corregir las irregularidades detectadas fueron consideradas
como excesivas por la empresa explotadora y decidieron cerrarla.
No son los únicos, hubo más de
menor entidad. Las informaciones sobre esos accidentes y sus consecuencias son
siempre escasas y muy vagas.
El personal que está a favor ha
salido en tromba y hacen hincapié en una serie de cuestiones obviando las más
peliagudas, faltaría más.
No se puede discutir que las
centrales nucleares garantizan la producción de energía eléctrica de manera constante,
a partir de esa afirmación el resto de las que realizan son más que
discutibles.
El coste de construcción de las
centrales nucleares es enorme y suelen estar apoyadas por el Estado. No es
posible saber el coste real ya que las empresas no facilitan esos datos, debe
ser elevadísimo ya que no sueltan prenda.
Pedro Fresco, experto en mercados
energéticos y energías renovables, afirma que el coste de producción supera los
100 euros/megavatio hora, el cual supera con creces el de cualquier otro tipo
de energía. Por su parte Alfredo García, ingeniero técnico de
Telecomunicaciones y supervisor nuclear, trabaja en la central de Ascó, estima
que ese coste es superior a los 40 euros/megavatio hora, a lo que hay que sumar
los impuestos.
Vamos, que de barata nada.
A esa idea tan vendida de lo barata
hay que añadir los costes de las mejoras introducidas en las nucleares de todo
el mundo tras el accidente de Fusushima (Japón) lo cual incrementa los costes.
No se sabe, las empresas tampoco lo desvelan. Todo es oscurantismo.
Una pregunta que me parece obvia
es ¿por qué están incrementando los años de vida de las nucleares? Para
rentabilizarlas aún más. Los expertos están de acuerdo en que una central no
puede tener una vida de menos de 40 años ya que no se amortizarían. Es decir,
los costes de su construcción y los de producción son mucho más elevados de lo
que pensamos. ¿Por qué esconden esa información?
En la actualidad los reactores de
última generación, según cuentan, tienen una amortización más lenta, más de lo
mismo, y aún no saben los problemas que puedan generar.
A pesar de lo que dicen
actualmente, sus partidarios tienen claro que las nucleares acabarán
desapareciendo, pero ¿no son tan buenas?
Las nucleares son, a su vez, un
competidor desleal ya que siempre producen al cien por cien, reducir su
potencia significa la perdida de mucho dinero y por eso se paran antes los
eólicos o las centrales térmicas.
Eso de que la nuclear abarata el
precio de la luz pues no sé. Comparando con otros países, por ejemplo Francia
que tiene un montón de nucleares, lo que tenemos, según leo, son unos impuestos
más elevados en la factura eléctrica.
Uno de los problemas que
padecemos en España es la dependencia energética con otros países que nos
proporcionan petróleo y gas natural. Cierto, por eso hay que intentar generar
electricidad por nuestra cuenta, pero de ahí a decir que la nuclear nos
garantiza esa independencia hay un trecho, o mejor dicho, es mentira. En España
no hay minas de uranio o plutonio. No es que no existan, es que no se explotan,
por lo tanto hay que importarlo.
Un tema del que pasan los
defensores de lo nuclear es el del almacenamiento de los residuos radiactivos.
En todo caso se refieren a las mejoras realizadas en su almacenaje. Por mucho
que digan es un tema que mete miedo. Un accidente, siempre posible, puede
causar unos daños descomunales.
En torno a la energía nuclear hay
secretismo. Se trata de una industria en la que los accidentes son
extremadamente peligrosos. Su coste de construcción y mantenimiento son
descomunales. A más años de vida de las centrales más probabilidades de
accidentes. El almacenamiento de los residuos radiactivos, durante milenios,
puede llegar a generar problemas inimaginables y no solo a largo plazo. Una
central nuclear tarda entre cinco y diez años en construirse, en ese tiempo el
desarrollo y extensión de las renovables puede hacerlas innecesarias.
Con todo lo dicho, no veo las
ventajas de las nucleares y sí los innegables riesgos.
No quiero terminar sin hablar de
un par de cuestiones sobre la energía eléctrica que contribuyen a explicar los
precios que pagamos y las puertas giratorias: la moratoria nuclear y el déficit
de la tarifa eléctrica.
Ya no nos acordamos, pero hasta
el 2015 estuvimos pagando la moratoria nuclear. Con la llegada del PSOE al
poder se suspendieron los programas nucleares. La Ley de Ordenación del Sistema
Eléctrico del Sistema Eléctrico, Ley 40/1994, junto a un decreto de 1995
declararon la paralización de las centrales. Se reconocía el derecho de las
empresas a recibir una compensación por las inversiones realizadas. Pagamos
cerca de 6000 millones de euros.
En aquella época Felipe González
parecía tener claro lo de las nucleares, tras su paso por el consejo de
administración de una eléctrica parece que ha cambiado de opinión.
El déficit de la tarifa eléctrica
ha supuesto millones de euros que hemos abonado a las eléctricas. Con ese
dinero hemos pagado el desfase entre las tarifas de la luz y su coste real.
Desde el 2002 la luz sube por debajo de su coste de producción y distribución.
Eso nos cuentan.
Rodrigo Rato, el gurú económico
de Aznar, mediante el Real Decreto 1432/2002 estableció que la factura
eléctrica no podría subir más que el IPC (Índice de Precios de Consumo). En la
etapa de Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno la deuda llegó a superar los 26000 millones de euros.
Mariano Rajoy estableció, mediante la Ley 24/2013, que la deuda sería asumida
por los consumidores.
Según datos de la Comisión
Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) la deuda eléctrica a 2020
ascendía a 14294 millones. Para el 2021 estimaron que la deuda se incrementaría
en 2400 millones. Según los cálculos de la CNMC saldaremos la deuda en 2028.
Un último apunte. El Estado tiene
que devolver a las eléctricas un mínimo de 1400 millones de euros como
consecuencia de la anulación, por parte del Tribunal Supremo, del Decreto
198/2015, conocido cómo «canon eléctrico» aprobado por el PP. Ese canon tenía
como objetivo gravar el uso de aguas por la producción de energía eléctrica y
recortar el déficit de la tarifa eléctrica.
Todo lo que rodea a la energía
eléctrica supone una sangría económica para los ciudadanos. Este bien de
primera necesidad en nuestra sociedad resulta cada día más gravoso y
sospechamos que en las sucesivas subidas del precio del recibo hay tongo. Nos
dicen que no se pueden intervenir los precios de la electricidad por ir contra
la normativa europea, pues será verdad.
Tengo claro que lo nuclear además
de caro, carísimo, es muy peligroso, peligrosísimo. Tengo claro que la energía
eléctrica es un robo descarado a los ciudadanos por sus abusivos precios y su
oscurantismo. Tengo claro que los políticos están apoyando a las eléctricas y
van contra los intereses de los ciudadanos. Tengo claro que la intentona de
declarar verdes a la energía nuclear y al gas es una decisión
político-económica. Tengo claro que nos manipulan y nos consideran tontos.
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