Fernando Aramburu regresa al mundo del
terrorismo etarra con Hijos de la fábula. Su anterior novela, Los
vencejos, publicado en 2021, no dejó buen sabor a muchos lectores ni tuvo
la repercusión que se podría esperar. El éxito de Patria no se repitió y
quien sabe si su regreso al mundo etarra tiene como fin el revivir la
notoriedad y las ventas. A mí que más de da. El autor es muy libre de escoger
sus caminos y los lectores sentenciamos la faena.
Hijos de la fábula se aleja del
realismo de Patria para deambular por el camino de lo esperpéntico. La
novela se centra en el momento que ETA anunció el abandono de las armas.
En estos momentos procede realizar un pequeño
esfuerzo de memoria, que visto lo visto y escuchado lo escuchado en los últimos
tiempos no está de más. El 20 de octubre de 2011, repito, el 20 de octubre de
2011, tres encapuchados, con la parafernalia que les caracterizaba, y puño en
alto, hablaron en nombre de ETA y anunciaron «el cese definitivo de la lucha
armada». Desde entonces no hubo más atentados. ETA dejó de existir. ¿Alguien no
entiende esto? Ah, que lo entienden todos, bueno, no todos. Hay quienes ante la
falta de argumentos revive una y otra vez a la organización terrorista. No se
preocupen lo volverán a hacer. Son unos cansinos, tienen mala baba.
Desde 1960, fecha de su primer atentado,
hasta su disolución asesinaron a 829 personas. Las heridas que dejaron siguen
abiertas y PP y Vox, así con nombres, se encargan de echarles sal. Fin de
recordatorio.
Asier y Joseba son los protagonistas. El
segundo es el que lleva la voz cantante, mientras Asier añora a Karmele, su
mujer embarazada. Los dos protagonistas pretendían sumarse a la «lucha armada»
y el anuncio de ETA les desorienta aún más de lo que ya estaban. Son un par de
pardillos con ideas asesinas pero imbéciles del todo. En su necedad quieren
ocupar el espacio dejado por los «desertores» y deciden continuar la lucha por
su cuenta. No saben nada de ETA, no tienen contactos, ni ideología, ni siquiera
saben utilizar armas y lo que es peor en su «negocio» ni las tienen ni saben
como conseguirlas. Son un auténtico desastre y en sus desvaríos la cosa va a
peor.
Son jóvenes, Asier 20 años, Joseba 21. En el
fondo son dos críos jugando a un juego mortal.
Los alojan en una granja de pollos con una
familia francesa. Ya saben, por aquello del santuario francés, que existir
existió. Ni ellos hablan francés ni los otros castellano. Los granjeros son un
par de borrachines con una vida un poco mucho caótica.
En su ansia por iniciar su aprendizaje de
sicarios deciden entrenar por su cuenta. La voz cantante la lleva Joseba que es
el que se encarga de señalar los ejercicios que realizan o las prácticas con
armas. Ante la falta de armas reales deciden utilizar lo que tienen a su
alcance, que no es otra cosa que escobas. Con ellas realizan ejercicios de tiro
simulando el disparo con su boca. En fin. Resulta absurdo al máximo, pero al
mismo tiempo es terrible por su incapacidad para comprender algo tan básico
como es el respeto a la vida de los demás. No esbocé ni una sonrisa.
Los recuerdos de tantos asesinatos, de
escenas macabras, de mensajes desquiciados, no me permitieron leer la novela
con ánimo burlesco. Me vinieron las imágenes del País Vasco de los años 70 y 80
donde el miedo se mascaba en las calles. El anochecer bilbaino era el del
silencio. Una ciudad muerta, sin apenas gente por las calles y las pocas que
había se recogían cabizbajos. Patrullas de policías recorrían las calles
armados de metralletas. El casco antiguo era territorio comanche. Muertes y más
muertes. Secuestros. Extorsiones. Terror, miedo, angustia, sufrimiento se
mezclaron con otros silencios escandalosos y no menos crueles. Hubo quien se
atrevió a llamar a los etarras «jóvenes descarriados», fue el iluminado Xabier
Arzallus, presidente del PNV (Partido Nacionalista Vasco). Hombre inflexible
hasta el dogmatismo e intransigente, que tal vez le venía por herencia de un padre requeté y miembro de
la guardia de honor de Franco. Arzalluz fue sacerdote jesuita que luego dejaría
por la política. Los vínculos entre la iglesia vasca y el independentismo ha
sido casi total durante mucho tiempo. Aún hoy hay curas que siguen aleccionando
a los fieles por esos caminos.
Ya me fui por las ramas, disculpen. Lo he comentado en varias ocasiones, la
literatura me sirve, además, para realizar divagaciones como estas que les
cuento.
La pareja llega a convertirse en un trío. No
es difícil para dos chalados encontrar otra chalada. Asier y Joseba acaban...
Con Hijos de la fábula algunos se
reirán, otros echarán pestes, les gustará a unos, a otros no, pero para sentir
todo eso y reflexionar sobre ello, si les apetece, tendrán que leerlo. Lo
podrán encontrar en su biblioteca pública o librería preferida.
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