6 ago 2023

42

 


  Cuarenta y dos, una cifra que por si misma no dice nada. Si hablamos de cuarenta y dos euros diremos que no son nada, o apenas; cuarenta y dos millones de euros ya es otro cantar. Si nos referimos a cuarenta y dos años de una persona podemos inferir que está a la mitad de su vida, eso teniendo en cuenta la media de esperanza de vida en España. ¿Y si se trata del tiempo en el que algunas personas no se han vuelto a ver? Joder, pues entonces es un montón de años. Pues eso nos sucedió.
  Nos conocimos, algunos, a los quince años. Una parte del grupo estudiamos juntos el BUP en el Instituto Jovellanos de Gijón y  fuimos compañeros de un equipo de voleibol, tanto en el Jovellanos como un tiempo en del Grupo Covadonga. Por cierto, en el último año de juveniles, y con el Grupo, quedamos terceros de España. ¡Anda que no estamos orgullosos ni nada!
  Me hizo ilusión que me convocaran a una comida de aquellos antiguos, no me atreveré a decir viejos, compañeros. A esa ilusión se unió una cierta incertidumbre. No era para menos. ¿Los reconocería? ¿Me caerían bien?… demasiadas incógnitas. Llegó el día y la hora. El encuentro se desarrolló en un restaurante gijonés. Algunos de ellos viven fuera de Asturias y en agosto se acercan a Gijón, a Asturias, a reunirse con familia y amigos.
  Por la mañana me miré al espejo y la imagen que recibí fue… lo que hay. Un tipo cuarenta y dos años más viejo. Pelo escaso, bastantes más kilos de los deseados y con un bastón. ¡La leche! ¿Cómo estarían ellos?
  Fui el segundo en llegar al restaurante, Tino ya estaba allí. Paulatinamente se incorporaron el resto. Reconozco que algún nombre se me había quedado en el tintero, pero la luz, los recuerdos afloraron.
  Los vi muy bien. La memoria visual tiró de recuerdos y las caras se hicieron familiares y se fueron asociando a un nombre. Los años transcurridos parecieron muchos menos y hubo algo que nos llamó la atención a varios, la voz. Apenas nos cambió. Estaban todos muy guapos. Volvieron a ser aquellos chavales con los que conviví durante muchas horas a la semana que se convirtieron en años.
  Habrá muchas cosas que hoy nos separan, ni las sabemos ni las quisimos saber. Nos unen momentos de nuestra vida que creo relevantes, al menos para mí. La juventud es esa etapa crucial que nos configura, nos moldea como personas adultas, y una parte importante la pasamos juntos.
  A las ganas locas por vivir, por experimentar, por aprender, se unía unas hormonas desbocadas, pero también aprendimos a convivir, a socializarnos, a trabajar en equipo, a asimilar virtudes y defectos propios y ajenos, a ser disciplinados, a domesticar nuestro cuerpo. Aprendimos a perder y a ganar.
  El deporte, el equipo de voleibol, fue importantísimo en mi vida. Con ellos me encamine por una senda que me ha traído hasta donde hoy estoy, sin ellos tal vez, casi seguro, mi vida hubiera sido muy diferente. Creo recordar que todos proveníamos de familias de trabajadores por lo que el estatus social de unos y otros no nos supuso ninguna traba.
  Eran años en los que las drogas destrozaban vidas. La puta heroína se llevó por delante a unos cuantos conocidos y algún amigo. Era fácil caer en ese mundo. La euforia en que vivía el país, con una democracia en construcción, con unos ciudadanos con ganas de disfrutar de la vida sin las restricciones de la fenecida dictadura, hizo que el mundo se viera de colores, no en gris y negro. La movida no solo fue madrileña. La experimentación con drogas se extendió entre los más jóvenes y el «caballo» segó demasiadas vidas. Y llegó a Gijón, a Asturias, la reconversión industrial. Las movilizaciones de la Naval desde 1984 marcaron la ciudad y, como no, a muchos jóvenes que vieron como el presente de sus padres o su futuro se iba al garete.
  Este desvío viene a cuento de enmarcar nuestra juventud.
  El deporte y la convivencia con aquel grupo me estimuló, incluso para seguir estudiando. Junto a este pilar hubo otro muy personal, mi amor por la lectura. Los libros han sido mis compañeros de viaje, lo seguirán siendo hasta el final.
  Unos eran más tranquilos, otros éramos impulsivos, unos muy inteligentes, otros menos -en estos me situo-  pero se estableció una entente cordiale que el transcurso de la vida no condujo al olvido  y aquel sentimiento de amistad, de pertenencia a un grupo elegido y deseado, pervivió.
  La comida transcurrió en un magnífico ambiente. Los recuerdos afloraron. Estuvieron muy presentes los que no pudieron asistir, Fernando, Joaquín, Luis, y desgraciadamente los que nunca nos podrán acompañar, «Bene» y García.
  García era José Luis García, nuestro entrenador y profesor de gimnasia. Era toda una institución en el mundo del voleibol en España, especialmente en Gijón y Asturias. Fue mucho más que un entrenador. Se preocupaba por nosotros como jugadores, pero también como personas. Nos animaba a estudiar y ponía como condición para jugar el aprobar en nuestros estudios. Creo todos sus jugadores guardamos un gran recuero de él.
  Según avanzamos en la comida así reverdecieron los recuerdos y los afectos. Estábamos «agustito». La sobremesa se alargó. Las risas no faltaron en ningún momento. Nos tocamos, cualquier disculpa era buena. ¿Teníamos necesidad física de sentirnos?
  Fue un gran día. Sentimientos, recuerdos, colectivos e íntimos estuvieron muy presentes. Espero, deseo, que se vuelva a repetir, si es posible con la presencia de aquellos que en esta ocasión no pudieron. No dejemos que pasen otros 42.

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