Cuarenta
y dos, una cifra que por si misma no dice nada. Si hablamos de cuarenta y dos
euros diremos que no son nada, o apenas; cuarenta y dos millones de euros ya es
otro cantar. Si nos referimos a cuarenta y dos años de una persona podemos
inferir que está a la mitad de su vida, eso teniendo en cuenta la media de
esperanza de vida en España. ¿Y si se trata del tiempo en el que algunas personas no se han vuelto a ver? Joder, pues entonces es un
montón de años. Pues eso nos sucedió.
Nos
conocimos, algunos, a los quince años. Una parte del grupo estudiamos juntos el
BUP en el Instituto Jovellanos de Gijón y
fuimos compañeros de un equipo de voleibol, tanto en el Jovellanos como
un tiempo en del Grupo Covadonga. Por cierto, en el último año de juveniles, y
con el Grupo, quedamos terceros de España. ¡Anda que no estamos orgullosos ni
nada!
Me
hizo ilusión que me convocaran a una comida de aquellos antiguos, no me
atreveré a decir viejos, compañeros. A esa ilusión se unió una cierta incertidumbre.
No era para menos. ¿Los reconocería? ¿Me caerían bien?… demasiadas incógnitas.
Llegó el día y la hora. El encuentro se desarrolló en un restaurante gijonés.
Algunos de ellos viven fuera de Asturias y en agosto se acercan a Gijón, a
Asturias, a reunirse con familia y amigos.
Por
la mañana me miré al espejo y la imagen que recibí fue… lo que hay. Un tipo
cuarenta y dos años más viejo. Pelo escaso, bastantes más kilos de los deseados
y con un bastón. ¡La leche! ¿Cómo estarían ellos?
Fui
el segundo en llegar al restaurante, Tino ya estaba allí. Paulatinamente se
incorporaron el resto. Reconozco que algún nombre se me había quedado en el
tintero, pero la luz, los recuerdos afloraron.
Los
vi muy bien. La memoria visual tiró de recuerdos y las caras se hicieron
familiares y se fueron asociando a un nombre. Los años transcurridos parecieron
muchos menos y hubo algo que nos llamó la atención a varios, la voz. Apenas nos
cambió. Estaban todos muy guapos. Volvieron a ser aquellos chavales con los que
conviví durante muchas horas a la semana que se convirtieron en años.
Habrá
muchas cosas que hoy nos separan, ni las sabemos ni las quisimos saber. Nos
unen momentos de nuestra vida que creo relevantes, al menos para mí. La
juventud es esa etapa crucial que nos configura, nos moldea como personas
adultas, y una parte importante la pasamos juntos.
A las
ganas locas por vivir, por experimentar, por aprender, se unía unas hormonas
desbocadas, pero también aprendimos a convivir, a socializarnos, a trabajar en
equipo, a asimilar virtudes y defectos propios y ajenos, a ser disciplinados, a
domesticar nuestro cuerpo. Aprendimos a perder y a ganar.
El
deporte, el equipo de voleibol, fue importantísimo en mi vida. Con
ellos me encamine por una senda que me ha traído hasta donde hoy estoy, sin
ellos tal vez, casi seguro, mi vida hubiera sido muy diferente. Creo recordar
que todos proveníamos de familias de trabajadores por lo que el estatus social de unos y otros no nos supuso ninguna traba.
Eran
años en los que las drogas destrozaban vidas. La puta heroína se llevó por
delante a unos cuantos conocidos y algún amigo. Era fácil caer en ese mundo. La
euforia en que vivía el país, con una democracia en construcción, con unos
ciudadanos con ganas de disfrutar de la vida sin las restricciones de la
fenecida dictadura, hizo que el mundo se viera de colores, no en gris y negro.
La movida no solo fue madrileña. La experimentación con drogas se extendió
entre los más jóvenes y el «caballo» segó demasiadas vidas. Y llegó a Gijón, a
Asturias, la reconversión industrial. Las movilizaciones de la Naval desde 1984
marcaron la ciudad y, como no, a muchos jóvenes que vieron como el presente de
sus padres o su futuro se iba al garete.
Este
desvío viene a cuento de enmarcar nuestra juventud.
El
deporte y la convivencia con aquel grupo me estimuló, incluso para seguir
estudiando. Junto a este pilar hubo otro muy personal, mi amor por la lectura.
Los libros han sido mis compañeros de viaje, lo seguirán siendo hasta el final.
Unos
eran más tranquilos, otros éramos impulsivos, unos muy inteligentes, otros
menos -en estos me situo- pero se
estableció una entente cordiale que el transcurso de la vida no condujo
al olvido y aquel sentimiento de
amistad, de pertenencia a un grupo elegido y deseado, pervivió.
La
comida transcurrió en un magnífico ambiente. Los recuerdos afloraron.
Estuvieron muy presentes los que no pudieron asistir, Fernando, Joaquín, Luis,
y desgraciadamente los que nunca nos podrán acompañar, «Bene» y García.
García
era José Luis García, nuestro entrenador y profesor de gimnasia. Era toda una
institución en el mundo del voleibol en España, especialmente en Gijón y
Asturias. Fue mucho más que un entrenador. Se preocupaba por nosotros como
jugadores, pero también como personas. Nos animaba a estudiar y ponía como
condición para jugar el aprobar en nuestros estudios. Creo todos sus jugadores
guardamos un gran recuero de él.
Según
avanzamos en la comida así reverdecieron los recuerdos y los afectos. Estábamos
«agustito». La sobremesa se alargó. Las risas no faltaron en ningún momento.
Nos tocamos, cualquier disculpa era buena. ¿Teníamos necesidad física de
sentirnos?
Fue
un gran día. Sentimientos, recuerdos, colectivos e íntimos estuvieron muy
presentes. Espero, deseo, que se vuelva a
repetir, si es posible con la presencia de aquellos que en esta ocasión no
pudieron. No dejemos que pasen otros 42.
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