27 feb 2024

Jerusalén, ciudad santa y mal avenida


 


  La lectura del libro Jerusalén, santa y cautiva : Desde el corazón de la Ciudad Vieja a la eternidad, de Mikel Ayestaran, y la guerra en Gaza me han traído a la memoria la visita que realizamos a Jerusalén. No fue un viaje religioso, la curiosidad social y  cultural nos llevó allí. Fue hace unos años.

  En primer lugar estuvimos en Ammán (Jordania). Allí visitamos la Ciudadela, recorrimos un poco la ciudad. Visitamos las ruinas romanas de Jerash, una auténtica maravilla, y no faltó la visita a Petra. Espectacular. Camino a Israel hicimos la parada en el mar Muerto, situado entre Israel, la parte cisjordana de Palestina y Jordania. La concentración de sal es tan elevada en ese lago que es imposible hundirse. Muy cerca está la frontera con Israel.

  Antes de llegar al paso fronterizo no hay nada, al menos no lo había. No llamaba la atención. El interior lo recuerdo desangelado. Pasaporte en mano nos dispusimos a pasar por un detector de metales y las maletas pasaron por un escáner, igual que en los aeropuertos. La persona que nos recogió el pasaporte echó su tiempo y nos preguntó el motivo de la visita. Turismo. Pensamos que ya estábamos listos. Ilusos. Aún nos quedaban otros tres o cuatro cabinas y más detectores y escáneres. Al fin, tras un buen rato, pasamos. ¡Ya pisábamos Israel! Habría más sorpresas. Nos subimos unos pocos turistas a un autocar camino de Jerusalén. Antes de llegar nos pararon y subieron al autobús tres jóvenes, vestidos de paisano, con metralletas. Nos pidieron los pasaportes. Como no éramos muchos pronto nos dejaron continuar el trayecto.

  Nos alojamos en un hotel un poco alejado del centro con muchas habitaciones y un bufet enorme.  En ese hotel se alojaban muchos judíos ortodoxos y, claro, no podía faltar la comida kosher – alimentos preparados siguiendo las leyes judías -. Durante el shabat – lo celebran cada semana, comienza el viernes por la  tarde y acaba al anochecer del sábado – los judíos ortodoxos siguen con la tradición de no realizar ningún tipo de trabajo, ni siquiera utilizan máquinas de ningún tipo. Aunque esto no es del todo cierto. En el hotel había un ascensor que durante el shabat iba parando en todas las plantas sin necesidad de tocar ningún botón. Son muy estrictos con ese tema. Vaya que sí. Íbamos caminando por una calle y un rincón me pareció curioso para fotografiar, era viernes por la tarde, no había nadie, según estoy haciendo la foto apareció una señora que comenzó a gritarme no pictures, no pictures. Vaya que si dejé de hacerlas. Cualquier día de la semana los ortodoxos no tienen problemas en que los fotografíes, en  shabat te arriesgas a tener un problema muy serio.

  Cogíamos un taxi para acercarnos a la Ciudad Vieja. Con el fin de tener un punto de referencia nos dejaba en la puerta de Jaffa y desde allí nos movíamos.

  Visitamos la Tumba del Rey David, hoy sinagoga pero abierta a todo el mundo, bueno, no sé si los musulmanes serían bien recibidos. Un montón de ultraortodoxos rezando apiñados. Sin problema para fotografiarles, no era shabat. Un chico joven que acompañaba a un señor muy mayor en silla de ruedas me pidió que les hiciera una fotografía.

 Siguiendo a un judío ortodoxo casi seguro que te das con el Muro de las Lamentaciones. Allí se vislumbra lo que es Israel, religión y armas. Lugar sagrado entre los sagrados para los judíos. Frente a ese muro rezan, piden perdón o favores. Hay quienes dejan en las grietas del muro papelitos a saber con qué deseos o peticiones.

  La entrada a la explanada al Muro de las Lamentaciones, o Kotel, está vigilada, súper vigilada.   Cuando nosotros entrábamos salían unos militares vestidos de negro, con un montón de armas y grandes como armarios. Metían miedo. Tras atravesar los arcos de seguridad nos paramos y contemplamos el Muro, los fieles rezando ante él, los más entusiastas, los ultraortodoxos, doblan constantemente adelante y arriba su espalda mientras rezan. Todo aquel que se acerque al muro tiene que llevar puesta la kipá, ya saben ese casquete que se ponen en la coronilla, incluidos los turistas. Por cierto, en la explanada hay una pequeña valla separadora, para un lado los hombres para el otro las mujeres. Me acerqué al Muro con cierta expectativa de no sé qué. No sentí nada. Miré a un lado y a otro y vi el fervor con que rezaban los demás. Me sentí un intruso, eso sí, respetuoso con las creencias ajenas. Y esto tiene muchas matizaciones.

  Según se mira al Muro de frente, a la izquierda, hay una sinagoga repleta en aquel momento, imagino que siempre estará así, de judíos ultraortodoxos rezando y leyendo, tal vez la Torá. Fotografías sin problema alguno.

  Desde la explanada se puede ver al otro lado del Muro la Cúpula de la Roca, mezquita que destaca por su cúpula dorada. Desde el lado judío hay una rampa cubierta que lleva a la parte superior del Muro. No sabíamos su finalidad. Preguntamos y nos dijeron que era para que los soldados israelíes pudieran sofocar los disturbios que se pudieran producir al otro lado, en la Explanada de las Mezquitas.

  Otro detalle, y no insignificante, es que en la explanada del Muro hay un montón de grifos de agua, gratuita, con una particularidad, sale fría, ¡muy fría! Un signo del poderío israelí.

  Volviendo al  shabat, - voy escribiendo según me llegan los recuerdos – los ultraortodoxos se engalanan y las familias van todas juntas a las sinagogas. Ellos, los casados, con esos gorros de piel muy llamativos, los shtreimel. Cuestan una pasta, entre 900 y 5000 euros. Las mujeres llevan una vestimenta anodina y algunas, las casadas, el sheitel, una peluca. Hay rabinos que consideran que el pelo de la mujer es parte de su belleza y que por lo tanto tiene que estar reservado para disfrute del marido.

  Está claro que en todas las religiones los más ultras reducen a la mujer a un ser servil procreador.

  Por las calles de la ciudad nos encontrábamos cada dos por tres con grupos de jóvenes militares, mujeres y hombres, que estaban realizando el servicio militar. Todos armados, por supuesto. Los hombres cumplen un período de 34 meses y las mujeres 24. No son los únicos armados. Hay otros cuerpos que no tengo ni idea de quienes son, o eran.

  Fuimos testigos de como militares, o policías, retenían a jóvenes palestinos y les pedían sus papeles. La tensión se mascaba. La dureza de los gestos lo decía todo. Los turistas hacíamos como que no veíamos lo que estaba pasando. Casi, solo casi, llegamos a ver como normal la cantidad de armas que se ven por las calles. Para nada, impresiona un montón.

  Asistimos a una escena que no olvidaré. Comíamos en una terraza de un kebab y vimos como un grupo de niños pequeños iban escoltados por tres o cuatro hombres armados con pistolas. Unos pasos más atrás otro niño caminaba de la mano de un adulto que llevaba una pistola a la cintura. No se pueden normalizar estas situaciones. Eso no es vida. La idea de que alguien dañe a un niño no me entra en la cabeza.

  Unos días antes de llegar nosotros se había producido un atentando en el que murió un joven estadounidense y la tensión era más intensa. Visto lo visto eso debe ser lo «normal». Debido a ello nos recomendaron no ir a la Explanada de las Mezquitas pues temían alborotos. Hay controles para entrar en esa zona. Nos lo pusieron tan feo que nos quedamos con las ganas.

  La visita a los lugares más sagrados entre los sagrados del cristianismo sobrepasaron nuestras  expectativas. El sancta sanctorum es, sin duda, la Iglesia del Santo Sepulcro. Iglesia recargada en ornamentos en la que abundan los cirios ortodoxos. La iglesia está compartimentada físicamente, tal cual, entre cristianos griegos, armenios, etíopes, sirios, coptos y los franciscanos, cada grupo religioso tiene su pedazo. Como la desconfianza debe ser mucha entre ellos, lo es, vaya que sí, ninguno tiene las llaves de la puerta de acceso a la iglesia, está en manos de una familia musulmana desde la época de Saladino. Baste un ejemplo de la inquina entre los cristianos. Cuentan que la escalera de madera que se ve en una de las ventanas de la fachada lleva ahí desde 1852 ya que nadie se atreve a retirarla por miedo a las represalias. Será verdad o mentira, pero allí está.

  La iglesia estaba hasta arriba de creyentes y turistas. Los gestos, fingidos o no, de devoción son muy teatrales. Hay un trozo de columna que según cuentan es en la que Jesús estuvo atado mientras lo flagelaban, entre los ortodoxos creo que era, se dice que si pegas la oreja a la columna, y lo haces con devoción, por supuesto, puedes escuchar los latigazos a Jesús. Vimos orejas pegadas al pedazo de piedra. Otros se metían debajo de un altar, no recuerdo el motivo. Lo más sorprendente para nosotros fue el «espectáculo» que vimos ante la llamada «Piedra de la unción». En esa piedra, dicen, que tras bajar a Jesús de la cruz le limpiaron y le ungieron de aceite. Que nadie se ofenda, pero no sé como definir si no al restregar ropa por esa Piedra, las manos y la cara de los «creyentes», botellas de todo tipo, incluso móviles. En fin.

  En esta iglesia se encuentra también un edículo en forma de cubo en el que se encuentra el sepulcro de Jesús. Recuerden que a los tres días resucitó, eso cuentan los cristianos. Se puede entrar por una pequeña puerta pero las colas son muy largas. La iglesia está poco iluminada, pero ese mausoleo recibe de un óculo en el techo un rayo de luz muy oportuno creando un efecto muy «celestial».

  Visitamos más iglesias, faltaría más, pero en una me echaron una bronca de cuidado. Fue en la Iglesia del Sepulcro de María. La iglesia es greco-ortodoxa y apostólico armenia, eso sí, permiten el rezo a ortodoxos coptos, a sirios y etíopes ortodoxos. Para entrar hay que descender unos cuantos peldaños y lo primero que llama la atención es lo sobrecargada que está. Cámara fotográfica en ristre al momento de entrar empieza alguien a chillar, cada vez más cerca y más fuerte, todo el mundo me mira. Venía hacia mi el que me pareció un pope joven diciéndome algo a grito pelado que no entendí, pero que claramente me indicaba la puerta. Joder, me dio miedo y pensé que me iba a soltar dos hostias. ¡Vaya que si salí! ¿Cual fue el problema? Al parecer mi pantalón era demasiado corto. Siempre soy respetuoso en los lugares de culto de cualquier religión, es cierto que llevaba un pantalón corto pero que me quedaba por debajo de la rodilla, no fue suficiente. En el resto de las visitas que nos quedaban me tape mis pantorillas con un pañuelo femenino que me quedaba muy coqueto.

  En Jerusalén ay que ir hasta el Monte de los Olivos. En esa zona hay varias iglesias; desde la cima del monte hay unas vistas magnífica de la ciudad y hay un cementerio judío.

  Paseando por las zona vieja te topas sí o sí con la Vía Dolorosa. Las catorce estaciones están marcadas en las paredes de la ruta. La afluencia de turistas, muchos asiáticos, impedía casi el caminar ya que además el trayecto está repleto de pequeñas tiendas de recuerdos de todo tipo. Había grupos que iban parando en cada estación y rezando en cada una de ellas. Casi todos portaban una cruz de mayor o menor tamaño. Había varios grupos de lo que pensamos que eran coreanos. Perdón por no tenerlo claro.

  No faltó la visita, organizada, a Belén. Son unos diez kilómetros de distancia, unos veinte minutos de autocar. Antes de llegar vimos el muro de separación, que muchos denominan Muro de la Vergüenza. El guía nos avisó de que no hiciéramos fotos ya que los israelíes tienen un sistema de detección y que en su caso detendrían el autobús y revisarían las cámaras borrando las fotos. La verdad es que nos sorprendimos y no hicimos ni una foto. ¿Será verdad o no? Ni idea.

  Lo poco que vimos de Belén tiene poco que ver con lo que hay al otro lado del muro. Nos dirigimos a la Iglesia de la Natividad construida sobre el «Portal de Belén». La basílica está administrada por los ortodoxos, católicos y armenios y la custodia depende de la orden franciscana. La basílica no me gustó. Para acceder al «portal» hay que hacer cola. En uno de lo lados de acceso había un pope que ante la generosidad de los «creyentes» les colaba. Los «dadivosos» eran rusos. La «cueva» es un pequeño agujero en la roca donde hoy no cabe una persona. La gente se arrodillaba y restregaba, que manía, por él. La sala donde se encuentra el «agujero» - es una mera descripción física -  es una horterada. Comprendo que a los creyentes les atraiga, a nosotros ni fu ni fa.

  Fue poco tiempo en Jerusalén pero intenso e interesante. Conviven en un mismo espacio tres religiones que no se soportan, que andan a la gresca continuamente. No se miran a la cara. Van por las callejuelas judíos y musulmanes, uno frente al otro, parece que van a chocar y en el último segundo, sin mirarse, se esquivan. Los cristianos por su parte están divididos y parece que lo único que les interesa es quien obtiene mayor beneficio económico.

  No dudo de las creencias de muchos visitantes, cada uno con las suyas, sin embargo no vimos buena voluntad en ninguno de los grupos que allí conviven.

  Jerusalén es una ciudad intensa, plagada de intransigentes religiosos que la convierten en un polvorín, custodiada por un ingente número de soldados y cuerpos policiales. Sobran armas y falta empatía y humanidad.

  Las cosas están tan complicadas hoy en Israel que visitar la ciudad no es muy recomendable. La guerra, hasta ahora más o menos encubierta entre israelíes y palestinos, es una realidad mortífera y desigual. Unos y otros dicen tener sus razones, pero mientras niños, personas de todas las edades, sobre todo palestinos, mueren día a día sin la protección de ningún dios.

 Jerusalén no nos defraudo en el sentido de que pudimos comprobar por nosotros mismos una pequeña parte de su realidad. Sigo sin entender que esos dioses que dicen ser todo bondad permitan que las mujeres y hombres se maten en sus nombres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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