En ocasiones, no muchas, la lectura de una
novela me provoca pequeñas descargas eléctricas y cosquilleos en el estómago.
Es una sensación muy especial.
«Me miro al espejo, y me veo la nariz torcida
y el labio metío padentro, y también la frente abombada, mosturito,
contrahecho, carastrujá. Y pienso lo de siempre, que igual no tendría que haber
nacido, que pa qué vine al mundo, que igual esto tan feo que se ve en el espejo
es lo que hizo que al final el papa pegara tanto a la mama hasta matarla» (pág.
27).
Acabo de presentarles a Pedro Gotor
Fernández, alias Mosturito, para los amigos Mostu.
Mosturito es el título de la última
novela de Daniel Ruiz. Se lo adelanto, es una novela deliciosa. Una obra tan tierna que lo duro de la
historia se hace soportable. Es imposible no emocionarse con ella. Más de una
vez me hubiera gustado abrazar a Mostu y consolarle en sus cuitas.
Está narrada en primera persona con un triste
gracejo y con el lenguaje de la calle de un barrio andaluz. No tengan miedo al
detalle del lenguaje callejero andaluz, se entiende todo. Estas dos
particularidades da un tono de verosimilitud a la historia. Cuando te adentras
en Mosturito escuchas a un narrador, con un punto de mala hostia,
contando un cuento largo que te llega muy adentro.
Mostu es un chico de la calle que vive con su
Tata, «es gorda y tiene dientes grises, de tanto fumeta o de tanto calimocho,
yo no sé» (pág. 15) La Tata, hermana de su padre, sufre por él y lo defiende
con uñas y dientes. Con ella se siente protegido y querido, es su escudo ante
un mundo cruel. En aquellos años, los 80, la vida de los niños todavía
transcurría en la calle. En ella se socializaban, con lo que eso supone. Las
alegrías, las penas e incluso las peleas formaban parte de la «educación». En
la calle se salía del paraguas protector de la familia, era el primer
acercamiento a la realidad y a la dureza de la convivencia. En el caso de Mostu
la calle, también la escuela, era un campo de batalla.
Daniel Ruiz nos recuerda como era la vida en
un barrio pobre de Andalucía, o de cualquier otro lugar, y como las drogas se
adueñaron de ellos. «Sestá pinchando en el brazo, y el Zurdo muerde una goma
que laprieta la carne. Nontiendo nada. Qué mierda de novia va a ser esa, que se
le clava en la piel. Las agujas son lo peor, no hay nada en el mundo más chungo
que pincharte con una aguja» (pág. 211) Mostu dixit. Las descripciones
que realiza del mundo de la droga son demoledoras, zarpazos al corazón para quienes
vimos los estragos que causó la heroína. Aquí tienen una muestra de esa
expresividad: «Hay gente muy fea, dos hombres consumidos hablan entre ellos, o
más bien se gritan, pero no sentiende nada de lo que dicen. Uno camina sin
camiseta, y mueve en el aire una litrona vacía. De uno a otro lado de la calle
hay tendederos con camisas blancas colgadas que son como dentaduras de
viejo»(pág. 245). ¿Verdad que lo están viendo? Esta imagen me retrotrae al
barrio de Cimadevilla, en Gijón. En cinco líneas concentra imágenes muy
potentes.
Ruiz nos va dando pinceladas de alguna
serie de televisión, música, grupos musicales, incluso de anuncios que nos pone
en situación, sobre todo a los que vivimos esos años. Nos da un chute de
recuerdos que no de nostalgia.
La amistad es muy cambiante y aunque pudiera
parecer imposible Mostu se hace amigo, de los de verdad, del Zurdo un joven que
pertenece a otro estrato social. Cuando les vienen mal dadas a uno y a otro no
se dejan tirados.
La Tata es otro personaje que se hace querer.
Borrachina, fumadora empedernida vive para Mostu. A pesar de su fortaleza se
deja embaucar por un aprovechado que le hará la vida imposible, pero para todo
hay un límite. Ese límite podrán saber donde está leyendo la novela.
Mostu es internado en un centro regentado por
curas donde la vida no es más fácil que en la calle, es peor aún. ¿Motivo? Los
curas pederastas. Escuchemos a nuestro «héroe» : «El padre Cilleruelo sonríe.
Me extiende su mano mientras me mira. Es el último trago, la última mierda
antes de conseguir la libertad: tener que tocar la piel de este agarraniños,
palpar sus dedos tan malignos, tan culpables, tan acostumbrados a hacer daño»
(pág. 180). Está todo dicho.
El despertar sexual de Mostu está lleno de
incógnitas. La primera vez que ve un sexo femenino es en una revista, así era
en aquellos tiempos, y sintió repulsión. A pesar de ello la fijación por el
sexo no se apartaba de su cabeza.
La trama sorprende, o tal vez no, con su
final. Hay un momento en el que Mostu pasa de ser el consolado a consolar a
Tata: «Me da igual que ella también me estruje y sienta que las costillas y los
brazos y todo el cuerpo me va a reventar de dolor. Solo me importa que deje de
temblar, y que deje de llorar entre mis brazos, y que no sufra nunca más»(pág.
253) Eso es amor y lo demás cuento.
Mosturito es una gran novela que no se
deberían perder. Se la recomiendo sin dudas, sin peros. La disfruté desde la
primera a la última página. No se la pierdan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario