Me dan miedo. No me da vergüenza confesarlo.
Tengo miedo a la extrema derecha. No se trata de una emoción, para nada, es la
reacción intelectual generada por el conocimiento histórico. Por más que lo
intento no dejo de establecer similitudes con tiempos pasados. Sé que las
circunstancias son diferentes, y sin embargo, me dan miedo.
Los efectos de dos guerras mundiales en
Europa, la guerra fría y el Muro de Berlín, alcanzar esto que llaman sociedad
del bienestar, la creación de lo que hoy es la Unión Europea, el espacio
Schegen, hasta la reactivación de Eurovisión parecía indicar que a pesar de
todo avanzábamos por una senda de paz y prosperidad. Es cierto que la Guerra de
los Balcanes, la guerra del Dombás y ahora la ocupación de Ucrania tenía que
habernos alertado, mucho más de lo que lo hizo, de los cambios que se estaban
produciendo. El totalitarismo promoviendo guerras.
Los avances sociales y políticos conseguidos
tras años de convivencia democrática corren peligro. No exagero. Cuestiones como el aborto, el
matrimonio entre personas del mismo sexo, la violencia machista, la igualdad
entre mujeres y hombres… no eran temas del debate político y parecía que
existía un consenso y aceptación social. Otro tanto se puede decir de las
autonomías o la Unión Europea. La criminalización de la inmigración o las
referencias a la violencia en las calles, siendo España uno de los países más
seguros, provocan un alarmismo infundado. Otro de los temas estrella de la
extrema derecha española es el de los nacionalismos vascos y catalán, para
denostarlos, desde luego. Esto del nacionalismo es curioso ya que ellos, la
extrema derecha, son ultranacionalistas excluyentes, al igual que todos los
nacionalismos.
Tenemos suficiente información, no la tienen
quienes no quieren, para saber que sus propuestas, las de la extrema derecha,
suponen retroceder a un pasado más intransigente y discriminatorio. Con ellos,
con la extrema derecha, no hay diálogo posible, imponen su ideario político,
ético-moral modificando las leyes, aunque para ello tengan que emplear la
fuerza del Estado o incluso la física en las calles. ¿Les recuerdo el asalto al
Congreso de Estados Unidos? En este país nuestro hubo quien dijo que la calle
era suya, ¿se acuerdan? Eso es la extrema derecha.
Niegan la ciencia, incluido el cambio
climático o el valor de las vacunas. ¿Cómo llegar a consensos con personas así?
No tengo la respuesta, creo que es imposible.
Hay otra característica que les define: la
agresividad verbal y gestual. Están imbuidos de un ardor guerrero del que hacen
gala y sacan pecho para demostrarlo.
En lo económico son partidarios del despido
libre, las bajadas de impuestos, excusa para rebajárselos a los más ricos,
critican y reducen el gasto público al tiempo que privatizan todo lo
privatizable. Van de proteccionistas cuando la verdad es que abren las
fronteras de par en par a los grandes grupos financieros internacionales que
entran a saco para arramblar con todo. De las pensiones públicas no quieren ni
oír hablar, como tampoco de la sanidad o enseñanza públicas.
Y a pesar de todo siguen avanzando en apoyos
populares, Francia es la prueba y parece que Trump va camino de volver a la
Casa Blanca. ¿Se imaginan a ese Trump, amigo de Putin y Netanyahu, resentido con el mundo como va a actuar?
Van camino de hacerse con el poder en varios
países, no tardando mucho, y los demócratas estamos siendo meros espectadores
pasivos. La ceguera ciudadana, promovida por el cabreo, puede conducirnos a
unos cambios sociales y económicos con unas consecuencias desastrosas para la
mayoría. Podemos frenarlos democráticamente con pequeños actos colectivos, pero
también individuales y, sobre todo, con nuestro voto. La cabeza y no las tripas
debe determinar nuestras acciones y votos.
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