17 jul 2016

El paraíso de la ostentación y el exhibicionismo

San Carlos, San Vicente, San Juan, Santa Eulalia, San José, San Antonio, Santa Gertrudis, San Agustín… y el santoral continua. ¿Qué se puede hacer en un sitio tan santurrón? ¿Visitar iglesias? No les digo yo que no, aunque no es ese su mayor atractivo. La verdad es que se puede hacer todo lo que el dinero permite. A pesar de tanto personaje subido a una peana, Ibiza es tierra para el pecado y el exhibicionismo.

Las playas y las calas son, durante el día, un escaparate de vanidades. Los cuerpos se muestran con deleite. Músculos esculpidos, tetas siliconadas y tatuajes son mostrados con impudicia. Un trapito escueto por delante, reducido a una tira por detrás, es toda la vestimenta playera.

Es imposible no observarlos, es más, creo que se ofenderían si no lo fueran.

En esos momentos es cuando despotrico con vehemencia contra la cerveza y sus perversas secuelas.


Mientras remojo los pies contemplo, con delectación, las aguas cristalinas y los dos enormes pedruscos que surgen de las aguas. No puedo evitar escuchar la conversación de tres mujeres. Una de ellas, como podré comprobar más tarde en monobiquini – no es gratuita la puntualización -. Están a mí espalda. El rumor del mar y los gritos de los niños no me permiten oír con claridad.

-          No es nada, dos tajos y ya está.

Respuesta incomprensible.Doy un paso hacia atrás.

-          La segunda vez me dijo… más grandes…

No me enteré. Me pica el gusanillo. Doy otro pasito de cangrejo.

-          ¿Cómo de grandes? ¿Cuánto peso más? Cien gramos.

No lo resisto. Me doy la vuelta y encaro al trío. Siguen hablando y lo comprendo todo: están hablando de sus tetas. Se las miro, con disimulo. No cabe duda, están recauchutadas. Las otras dos se las miran con descaro.

Ellas siguen a sus cosas. Yo me voy a la tumbona, bajo la sombrilla. Dejo de cotillear. ¡Ya me vale!

Pase de modelos. Tres chicas van mostrando vestidos veraniegos. Un poco más allá está el vendedor. Un pañolón sirve para apilar, sin orden ni concierto, los vestidos.


Un grupo de mujeres hacen círculo. Cogen y dejan vestidos, se los prueban. Un espejito para las más exigentes. Más de una compra. Ventas rápidas. Veinticinco euros.

Toca baño. No hay olas. Agua transparentes – ya lo dije ¿verdad? – Cerca de la orilla barcos, algunos de dimensiones curiosas – vamos, bastante grandes -. Nado entre peces que no me tienen miedo. Estoy en la gloria. Descarga. Grito. Taco. Escozor. Calor. Más calor. ¡Medusa!

Como resultado del “tocamiento” me queda una fea quemadura.

La isla hay que recorrerla. En cualquier punto te encuentras con paisajes de postal. Calas hermosas, aguas cristalinas – me estoy repitiendo ¿verdad? -. En todos y cada uno de esos lugares nos topamos con neojipis, o lo que es lo mismo, gentes con estética de tal pero de marca. No parecen conocer estrecheces económicas ni ir en plan contracultural.

A media tarde la platja d´en Bossa y des ses Salines se convierten en antesala de lo que debe ser la noche ibicenca. Los gogós las recorren ofreciendo juerga nocturna y para ello nada mejor que enseñar sus cuerpazos.

No conozco sus noches, tampoco me interesan.


Los que tienen tipazos los exhiben, los que tienen dinero lo enseñan a lo bestia. El champán - nada de cava - se bebe en las playas, en los restaurantes, en los barcos. Por cierto, los yates llegan a resultar obscenos.

La chica de los cien gramos llevaba un tatuaje escrito: “Aquí y ahora”. Oigan, que lo dijo ella en voz alta. Esa frase define a Ibiza.

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El paraíso de la ostentación y el exhibicionismo by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.

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