La vida de Pirelli estaba, por fin, encarrilada. Su trabajo en el
Primark de Gran Vía de Madrid no cubría totalmente sus expectativas pero no
estaba mal. Este buen hombre posee muchas habilidades, aunque poco ortodoxas,
es justo decirlo. Destaca por sus conocimientos sobre establecimientos
correctores de comportamientos incívicos. Dicho de otra forma, se conoce las
cárceles españolas al dedillo.
Las cosas cambian cuando nuestro protagonista – Pirelli, desde luego -
recibe del comisario más prestigioso de Madrid el encargo para investigar un
asesinato. El acusado del crimen: Armando Torres. Situación: encarcelado.
Relación con el prota: es el comisario que le encarceló en varias ocasiones. Las
tornas han cambiado.
De esta situación atípica solo puede salir… la resolución del caso.
Oigan, que estamos hablando de El gran
Pirelli, novela de Julio Rodríguez. El autor es profesor de Psicología
Social en la Universidad de Oviedo y al parecer el original del libro estuvo
unos diez años metido en un cajón y ahora ve la luz. Bienvenido sea. El propio
autor definió su libro como la “sátira de una novela negra”. Pues no me
complico más.
Pirelli es un tipo “con cuarenta y cuatro años mal llevados, una
alopecia a la vista de cualquiera y un peso que rebasaba por muy poco el peso
mosca”. Podemos establecer un perfil por sus gustos musicales: Los Chicos, Los
Chunguitos, Pink Floyd, Janes Joplin, Fito, Extremoduro, Marea, Rosendo, Led
Zeppelin…
Sus orígenes familiares nos ayudan a comprender la complejidad del
protagonista: “Mi padre, un alcohólico asqueroso que nos zurraba a todos,
abandonó el nido familiar cuando yo tenía cinco años; mi madre, una mujer sin
más amor ni ternura que la que le transmitían las máquinas tragaperras, nos
dejó a mi hermana y a mí la Navidad siguiente en una casa de expósitos para
mudarse ella a una de citas”.
Por las 342 páginas deambulan además desde un Maguiver o un Malcolm X,
la película Fiebre del sábado noche, Grease o Pulp Fiction y no falta la
Iglesia de la Cienciología.
Por si esto fuera poco también hay robos, drogas, comilonas y
borracheras, persecuciones, palizas, sexo y una secta friqui. Todo ello regado
por la ironía y el humor. Eso es El gran
Pirelli. Ah, sin olvidar las pullas de crítica social muy presentes. Y si
no vean un ejemplo: “Todos vemos el mismo sol, pero no comemos la misma sopa.
Mientras los pobres no pedimos más que un pequeño rincón donde caernos muertos,
los ricos necesitan espacio, mucho espacio para sentirse dueños de algo y
tocarse los huevos a dos manos”.
Con todo ese bagaje se pone al curre para descubrir al asesino de un
famoso abogado que sale en el programa televisivo Sálvame. Por cierto, de este programa Pirelli tiene una buena
opinión: “Yo no solía ver demasiado la televisión, pero todo el mundo conocía
aquel programa que llevaba unos cuantos años en antena, presentado por un
boliche insufrible con más pluma que una almohada antigua. Era uno de esos
espacios nocturnos de barahúnda y puterío que yo hubiera visto sin dudarlo cada
sábado en prisión si hubiera tenido televisor propio o compañeros de celda
menos reacios a la telebasura”.
Sus pesquisas le llevarán por tierras de Galicia y Asturias. Gracias a
esas andanzas contactará con antiguos compañeros de vida recluida. Es un hombre
muy sociable y allí por donde va hace nuevos amigos.
Y aún tiene tiempo para el amor aunque duda de que: “la sensación que
había comenzado a zarandearme el estómago fuera producto del amor y no de una
hemorragia politópica provocada por el vodka…”. En esos casos las primeras
impresiones, los olores son importantes: “olía a perfume fresco, no a crustáceo
descongelado”.
Las destrezas que va adquiriendo en eso de la investigación le sorprenden.
Es capaz de calar a cualquiera a la primera de cambio: “…tenía la mirada
apaciguada de quien habla con franqueza, esa mirada que nunca vi en ninguno de
mis compañeros de celda ni jamás me devolvió el espejo”. Se pone en el pedestal
de Kojak, Baretta, Jessica Fletcher, Colombo, Pepe Carvalho, Petra Delicado o
Poirot.
Tras muchos avatares, llamadas telefónicas, alguna que otra juerga,
algún que otro placer carnal, Pirelli, con la inestimable ayuda de sus amigos,
resuelve el caso. Pero la vida es injusta y las mieles son para comisario
Armando Torres. No importa: “Estaba decidido a montar mi propia agencia de
detectives, pues había descubierto que para pensar como piensan los
delincuentes lo mejor no es ponerse en su lugar, sino ser uno de ellos”. Y eso a pesar de los pesares. Les voy a
destripar el final: “Mierda de vida”.
¿Quién sabe? Tal vez nos volvamos a encontrar con Pirelli. Me recordó al
detective sin nombre de Eduardo Mendoza pero Pirelli se mueve en un mundo más
subterráneo y más duro.
De momento yo se lo recomiendo. Me reí y me entretuvo. Pasarán un buen
rato con él.
Acérquense a su biblioteca pública o librería preferida, háganse con él y
disfrútenlo.
Soluciones Pirelli by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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