Publicado en La Nueva España el 5 de enero de 2020
Hacía mucho tiempo que no lo
visitaba y me apetecía. Me subí al coche y, sin prisa, fui contemplando el
paisaje helado. Los dos últimos kilómetros de la carretera están de pena.
Socavón va socavón viene. Al llegar a mi destino el sol me acaricia. Se
agradece.
Está algo distinto a como lo
recordaba. Debe ser el único pueblo en el concejo de Tineo que ha crecido.
Lo primero que llama mi atención
es el sonido del agua. El río trae un buen caudal. Allá a lo lejos veo a dos
hombres en la orilla ¿estarán pescando? Los moradores del pueblo notan también
la helada y están atizando las cocinas, de varias casas se ve salir humo.
Me gusta este pueblo por que
perpetúa una forma de vida ya extinguida.
A media ladera veo un cortín. Un
poco más cerca unas pitas están comiendo lo que pillan y por el camino una
mujer conduce un grupo de patos ¿o son ocas? No se le desmanda ninguno.
Sigo caminando y un golpeteo
rítmico, metálico, me hace buscar el origen. En una casa un herrero está a lo
suyo y un poco más allá otro vecino pone herraduras a un caballo. No, estas
cosas no se ven todos los días.
Aquí se mantienen los oficios tradicionales.
Continúo mi deambular y me topo
con un cestero y luego con una señora trabajando con su rueca. Un poco más adelante un hombre coloca unas
alforjas o una silla de montar, no lo distingo bien, a su caballo. El molino está funcionando a
pleno rendimiento.
La visita no tiene desperdicio.
La mañana va pasando y en unos
modestos columpios unos niños se lo están pasando en grande. Debe acercarse la
hora de ir a la iglesia ya que tañen las campanas.
El discurrir del agua me acompaña
en todo momento.
La mujer que está lavando ropa
debe tener las manos llenas de sabañones. Me da escalofríos. La que debe de
estar encantada es la que está asando castañas. Esa no tiene frío. Se me hace
la boca agua. Más tarde me paso por allí e igual me cae alguna. A lo lejos veo a un paisano
arando con un par de bueyes.
Miro el reloj y la hora de comer
se acerca. Paso cerca de una casa y una mujer está trajinando en la cocina.
Allí cerca otra está sumergiendo en un barreño un pollo que me imagino que en
breve desplumará.
Todo el mundo está a sus cosas y
yo paso desapercibido. Miro el cielo y
veo unas nubes algodonosas que aún no han cubierto el sol. Va siendo
hora de irme. Vuelvo la vista atrás y veo que por el camino vienen… no puede
ser. Me paro. Doy media vuelta y sí, veo tres camellos con sus jinetes. Se están
acercando. Al final del camino, allá arriba, veo una gruta iluminada.
Desde hace años los vecinos de
Zardaín (Tineo) montan un belén con un montón de piezas móviles. Está muy
guapo. Javier, Yolanda y Tomás han sido los encargados de darle vida. El diseño
varía de año en año y suelen introducir dos o tres nuevos personajes en cada edición.
Fue un recorrido muy agradable,
se lo recomiendo. Pueden visitarlo hasta el 16 de febrero.
Un pueblo que hay que visitar by Santiago Pérez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional License.
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